El hecho de sentir que uno no vale nada trae aparejado una serie de sentimientos como el enojo, la bronca, la depresión. Las consecuencias de esto son el desgano, la desmotivación y el abandono de metas y proyectos.
Lo que necesita para seguir adelante es autoconfianza, no permanecer en el dolor y estar amargado sin encontrarle un sentido a la vida. Tenemos que llevarnos bien con nosotros mismos, sacar todos los pensamientos y sentimientos negativos de nuestra mente y corazón que lo único que logran es que nunca cumplamos con nuestros objetivos, debemos rodearnos de todo aquello que nos hace sentir bien.
Comenzar a traer sentimientos positivos pensando que usted vale mucho y también sirve de mucho, nunca se tire a menos. Usted es quien controla y maneja su vida, no permita que nadie lo haga en su lugar, ni se deje influenciar, solo acepte de los demás consejos y criticas constructivas, cada vez que alguien intente subestimarlo tenga siempre presente que usted vale y puede lograr las cosas por si mismo.
Recuerde que el éxito y la felicidad que tenga en su vida solamente van a depender de usted mismo y esto se consigue teniendo un cambio radical en su manera de pensar y sentir.
ACTUALIZO con un ESTUPENDO COMENTARIO:
En cierta ocasión un discípulo se acercó a su maestro y le dijo:
-Maestro, me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. A menudo me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento, muchacho pero no puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mí propio problema. Quizá después … -Y haciendo una pausa, agregó: -Si quisieras tú ayudarme a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te podría ayudar.
-Encantado maestro, -aceptó el joven a regañadientes, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien, -continuó el maestro, y quitándose un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda se lo dio al muchacho diciéndole: -Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma de dinero posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él. Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
–Maestro, -dijo, -lo siento. No es posible conseguir lo que me pides . Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Eso que has dicho es muy importante, joven amigo, -contestó sonriente el maestro. -Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
-¿Cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven. –Sí, -replicó el joyero. -Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente no puedo ofrecer más.
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate, le dijo el maestro después de escucharlo. -Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera que se te acerca descubra tu verdadero valor? Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
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