El Noble Óctuple Sendero refleja la doctrina de Siddharta Gautama. No es un código moral a seguir por el practicante budista, ya que toda acción motivada, ya sea buena o mala, produce karma. La acción recta es espontánea, surge de la comprensión de las Cuatro Nobles Verdades.
Aquel que logra el nirvana, logra el despertar y esto le lleva a adoptar la recta acción. Para el budismo el “supremo despertar” se alcanza en el estado humano. Es el logro del atma-jnana (Autoconocimiento, o conocimiento del Yo) o atma-bodha (Autodespertar, o despertar del Yo). Para ello se inicia el progresivo camino de desprendimiento del propio Yo (atman) como identificación.
A la deidad hindú se le denomina Brahman, que es aquello que carece de dualidad (advaita). La liberación de maya (ilusión) es moksha, entrar en comunión con Brahman (lo absoluto). Maya es medida, división, dualidad. La realidad, por tanto, es no-dual. La mente es maya cuando trata de comprender con las clasificaciones sujetas del pensamiento, por medio de nombres y palabras. Maya equivale a nama-rupa o “nombre y forma”. La mente vive en maya. Vive, por tanto, en la ignorancia (avidya), que es el deseo, la necesidad de control de las cosas, algo que produce autofrustración e interna a la persona en el samsara, la Rueda del nacimiento y de la muerte, en un continuo ir y venir de karmas. La liberación del karma, esto es, de las consecuencias de nuestra ignorancia, es, finalmente, el nirvana. Y el nirvana se alcanza mediante la meditación (dhyana), enfocada en el presente, en el Eterno Ahora. No existe pasado ni futuro, sino sólo este mismo instante (ekaksana).
La liberación del dolor sea, posiblemente, el mayor deseo humano. Continuamente estamos experimentando dolor. El dolor físico (tratado por la medicina) y el dolor mental (tratado por la psicología y psiquiatría). Comprendemos que es dolor es inevitable, en eso radica la base de la doctrina budista, esto es, en la inevitabilidad del dolor. No debemos entender el budismo como una filosofía que enseña a liberarnos del dolor sino a ser conscientes de él y no dejarnos arrastrar por el mismo.
El mismo Buda murió sufriendo (de una dolencia estomacal), pero eso no le impidió alcanzar el nirvana, pues su mente, su conciencia, ya estaba más allá de su cuerpo. El budismo nos enseña a liberarnos del sufrimiento psicológico, mental, a evitar el martirio de nuestra mente. La aceptación primera de Buda es esa: que la vejez, la decadencia, y la muerte son inevitables en todo ser humano. Pero que la conciencia, el cuerpo psicológico, nace y se renueva cada día, cada instante, cada segundo, si está en plena meditación.
Quizá lleguemos a una medicina que explique todas las causas de la enfermedad en relación directa con las patologías mentales. Quizá no sea así, y la enfermedad física sea un fenómeno inexplicable que está más allá de la conciencia, del Yo, de sus frustraciones, ansiedades, temores, etc. En definitiva, si el cuerpo mental falla es muy probable que falle todo lo demás. Y, he ahí, el fundamental papel terapéutico del budismo, la búsqueda, a fin de cuentas, de la armonía del Ser con la realidad y consigo mismo. La búsqueda del equilibrio, del Camino Medio, del Recto Sendero.
Es oportuno decir, para los no iniciados, que no hay que llegar al budismo con ansiedad de salvación, sino que el budismo llega a uno mismo. Todos somos budas, pero no somos plenamente conscientes, y cuando lo somos, posiblemente dejamos de serlo.
Creo apropiado ejemplificar la figura del Buda con la actitud ante la vida del niño: espontáneo, no sometido a las rígidas estructuras mentales de los adultos, despierto, lleno de curiosidad, profundamente vital. Pero pronto el niño deja de ser niño, entra, nuevamente, en el samsara.