Casa I:
El signo ascendente sale a la luz y se distingue de la oscuridad en el mismo momento que emergemos de ese medio oscuro, oculto e indiferenciado que es el útero materno. El Ascendente aparece cuando aparecemos nosotros, y sus cualidades son no sólo un reflejo de quienes somos, sino también de cómo nos enfrentamos con la vida. Simboliza una faceta particular de la totalidad de la vida, que literalmente busca una 'en-carnación' mediada por el ser que nace en ese momento. Al corresponderse con el 'flash' inicial de nuestra existencia individual, el Ascendente queda incorporado profundamente a la psique, a la manera de un sello que precisa (aquello a lo que se refiere la vida). Es la lente a través de la cual percibimos la existencia, la visión que traemos a la vida, nuestra manera de 'categorizar el mundo'. Y, puesto que vemos el mundo de esa manera, actuamos y nos conducimos, invariablemente, de acuerdo con nuestra visión. Más aún, la vida responde a nuestras expectativas y nos devuelve el reflejo de nuestro punto de vista. El signo que está en el Ascendente, o cualquier planeta que se halle próximo a la cúspide da la Casa I. En términos más amplios, el Ascendente y la Casa I denotan nuestra relación con el arquetipo mismo de la Iniciación. No sólo describe algo referente al nacimiento real, sino que alude también a las expectativas e imágenes innatas que tenemos toda vez que debemos 'dar comienzo a algo'. En cualquier momento en que una vivencia se asemeje a la de un nacimiento, cada vez que nos conectemos con un campo, una faceta o un nivel de experiencia nuevos, se movilizarán las cualidades del Ascendente y la Casa I. Por eso cada comienzo resuena con las cualidades de los comienzos anteriores, y vuelve a despertar problemas y asociaciones similares. Los signos y los planetas que hay en la primera casa indican la clase de funciones que serán más valiosas en el proceso de realización de nuestra propia y peculiar identidad. Estas son las tareas que necesitamos cumplir con el fin de desentrañar más cabalmente quienes somos. No podemos ser completos mientras no hayamos reconocido, explorado y cultivado esas cualidades.
Las energías de la Casa I, pueden describir el efecto que produce a otros nuestra 'salida a escena'. También las cualidades se reflejaran y encarnarán en nuestro porte y apariencia física en general.
En el momento del nacimiento, la ilimitada matriz del ser surge una encarnación física de una de las miríadas de posibilidades de la vida. Por más bello que pueda sonar esto, de hecho no nacemos con una comprensión de nosotros mismos como entidades aparte, individuales; tampoco llegamos dotados de una conciencia de nosotros mismos en cuanto manifestación del espíritu universal, ni como expresión de algunos de los múltiples rostros de los que algunos llaman Dios. Sin embargo, es mediante el desarrollo y el cultivo del signo en el Ascendente y de los planetas en la Casa I como no sólo llegaremos a ser más conscientes de quienes somos en cuanto individuo irrepetible, sino también de cual es nuestra relación con el todo más amplio del cual formamos parte.
El ascendente representa la personalidad, el temperamento, el aspecto físico y el tipo somático. Muestra al sujeto tal y como aparece ante los demás (es la energía que la persona emana al medio). Es la manera en que la gente nos ve, y el modo que queremos que nos vean. Aquí influyen los gestos y el comportamiento externo.
Casa II:
Si con la Casa I se ha definido nuestro enfoque general de la vida, la tarea que hay que encarar ahora es la de elaborar más detalladamente quienes somos, consolidando más el sentido del 'yo', o del ego personal necesitamos más definición, más sustancia mas sentido de nuestro propio valor y de nuestras capacidades. Necesitamos cierta idea de qué es lo que poseemos y qué podemos llamar propio. También debemos tener alguna noción de lo que valoramos, de qué es lo que nos gustaría asimilar u obtener para, de acuerdo con ello, estructurar nuestra vida. Podemos definir el ego, según Jung como 'el centro del campo de la conciencia'. Nacemos en un estado carente de ego, porque no tenemos conciencia de nuestra existencia como entidad aparte. En la segunda Casa tomamos conciencia de nuestro propio cuerpo; de ahí que se pueda decir que tenemos un ego corporal. En la Casa III, la mente se diferencia del cuerpo y se establece un ego mental. Una vez establecidas, las fronteras del ego pueden seguir expandiéndose.
La segunda Casa describe tanto lo que poseemos o esperamos poseer como aquellos recursos que, una vez desarrollados, nos darán el sentimiento de sustancia, valor, dignidad y seguridad que antes obteníamos gracias a nuestra identificación con mamá. Aunque esta casa esté asociada tradicionalmente con el dinero, en menester señalar que otras cosas pueden satisfacer la necesidad de seguridad, y hacer más sustancial nuestro sentimiento de identidad, además de fortalecer nuestra cuenta bancaria.
Los signos y planetas que se hallan en la segunda Casa sirven también como orientación indicadora de la clase de facultades y capacidades inherentes que podemos cultivar y concretar, y mediante las cuales intensificamos el sentimiento de nuestro propio valor.
La Casa II representa nuestra riqueza innata, a la cual podemos recurrir, porque es el suelo que podemos trabajar para que produzca. Designa también nuestra relación con la esfera del dinero y las posesiones: es decir, nuestra actitud hacia el mundo material y las condiciones con las que nos encontramos en ese ámbito, también indica el ritmo ávido, letárgico o esporádico, con que encaramos las necesidades, el cultivo de habilidades y recursos.
La segunda Casa muestra lo que deseamos. La energía del deseo es una fuerza potente y misteriosa: de hecho lo que deseamos, valoramos o apreciamos determina en gran medida qué es lo que atraemos a nuestras vidas. Forjamos identidad y seguridad a partir de lo que poseemos (nuestros apegos), cuerpo, casa, cónyuge, hijo, cuenta bancaria etc.; cualquiera de estas cosas pueden sernos arrebatada en cualquier momento, o perder súbitamente importancia, incluso nuestro cuerpo, mediante el cual obtuvimos nuestro sentimiento inicial de 'yo'. Tal vez nuestra única seguridad real provenga de una identificación con aquella parte de nosotros que permanece cuando nos vemos despojados de todo aquello que creíamos ser. Parafraseando a Jung, digamos que: solamente descubrimos que es lo que nos soporta, cuando todo lo demás, que creíamos que nos soportaba, no nos soporta ya más.