Los niños que nazcan en estos tiempos pueden aspirar a vivir cien años. Es la conclusión a la que llega, a través de distintas herramientas de investigación, una de las nuevas ramas de la ciencia médica: la Medicina Antienvejecimiento (MA). La MA estudia los factores que contribuyen al envejecimiento o al desgaste prematuro de nuestro organismo, advierte cuáles son evitables y propone cómo hacerlo. Por último, encuentra que se pueden contar en cada uno de nosotros tres edades. La cronológica (número de años vividos), la biológica (estado y desgaste del organismo) y la psicológica (maduración y evolución mental y emocional). No siempre están sincronizadas y muchas veces suelen correr por diferentes rieles. A mediados del siglo diecinueve, el promedio de vida no superaba los 40 años en la mayoría de los países occidentales Hoy va entre los 77 y los 81 años.
Acaso al terminar de leer el párrafo anterior te lamentes de haber nacido cuando lo hiciste y no hoy. No lo hagas. No todo el secreto está en vivir más. ¿Vivir mucho, acumular años en nuestra cronología, es de por sí vivir una existencia trascendente, henchida de sentido? Cuando hayamos respondido a este interrogante, veremos la vida como algo más que una suma de años.
La semilla y el árbol
Píndaro, un poeta griego que vivió cinco años antes de Cristo y que fue célebre por sus Odas, que componía en papiros, escribió: “El hombre debe llegar a ser lo que siempre ha sido”. ¿Qué crees tú que esto significa? Píndaro decía que en la semilla está el árbol, que la vida de cada uno de nosotros tiene, desde el comienzo, una razón y que la comprenderemos en la medida en que desarrollemos todas nuestras potencialidades. Somos semillas que tienen el árbol completo dentro de sí y necesitan las acciones y las condiciones que les permitan plasmarse. Cuando el árbol está en flor y en plenitud, es lo que siempre ha sido: aquello único, irremplazable e intransferible que estaba en la semilla. Como no hay dos semillas iguales, ni jamás las hubo, no existen dos personas idénticas, ni las habrá. Por lo tanto cada vida debe seguir su propio cauce y allí encontrará su sentido, que es también único. Mientras esto no ocurre nos sentimos insatisfechos, inquietos, a veces nos gana una desazón o un desconcierto que no sabemos a qué atribuir. “Lo tengo todo, decimos, una buena pareja, un buen trabajo, amigos, viajes, mi ordenador es de última generación, el móvil no para de llamar, mis niños están bien, hemos cambiado el coche hace apenas seis meses, ¿por qué no estoy en paz si nada me falta?”. Y, en ciertas situaciones, también nos preguntamos (o le preguntamos a diferentes pitonisas): “¿Qué será de mí?” O: “¿A dónde me llevará la vida”.
Cambia las preguntas
Víktor Frankl, gran pensador, médico, filósofo y psicoterapeuta austriaco que vivió entre 1905 y 1997 y pasó por circunstancias extremas en su vida (estuvo tres años en un campo de concentración) solía decir que aquellas preguntas nos confunden y angustian más de lo que nos aclaran. No somos nosotros, sostenía, quienes debemos hacerle preguntas a la vida. Es ella quien nos interroga: ¿Qué harás conmigo? ¿Qué sentido me darás? ¿Para qué estás en mí?
La vida no nos hace esta pregunta con palabras, sino con situaciones, aquellas situaciones que, en el diario transcurrir, nos toca vivir. Nuestras respuestas, por lo tanto, tampoco pueden darse con palabras. Debemos responder con acciones. Cada acción es producto de una decisión y la serie de estas respuestas, engarzadas como las cuentas de un collar, ponen ante nuestros ojos la posibilidad de vislumbrar el sentido de nuestra vida, no de la vida en términos generales y abstractos, sino el de la nuestra, la de cada uno de nosotros, de manera específica y única.
Así es que cuando pensamos en el sentido de nuestra vida, aquello que nos permitirá alcanzar la paz del corazón y la razón y la esencia de nuestro ser, antes que preguntarnos por qué vivimos y por qué estamos aquí correspondería que nos preguntáramos para quévivimos. Ese para qué adquirirá en cada individuo una expresión única y particular. Pero que siempre incluirá a los otros. El sentido de nuestra vida aparecerá en la medida en que podamos elevar la vista desde nuestro ombligo hacia el horizonte. Mientras está fija en el ombligo sólo nos vemos a nosotros. Cuando busca el horizonte aparecen los otros, el prójimo, el semejante, aquellos con quienes nos vinculamos, los que componen con nosotros la compleja, sutil y sagrada trama de lo humano. Eso que le da sentido a nuestra vida será, siempre y de un modo inevitable, algo que nos mejora y que mejora a los demás y al contexto en el que vivimos.
El general Robert Baden Powell, un militar británico que hace un siglo creó los legendarios boy scouts, repetía esta consigna: “Trata de dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontraste”. Cada persona puede hacerlo. Algunas desde su trabajo o desde su arte, desde su profesión, desde el servicio que estén dispuestos a prestar, conduciendo a sus hijos a convertirse en seres libres, autónomos y con valores, trabajando por la Tierra, que es nuestra casa y nuestra madre.
El agua y la sed
Por cada ser humano existe un sentido de vida a desentrañar y expresar. Y es la responsabilidad de cada uno dar con él. Es algo que nadie puede hacer por ti. Y mientras no lo haces te sobrevuela aquello que se conoce como angustia existencial, una sensación de vacío o de “sin sentido”. Una extraña sed difícil de saciar. No la calman las cosas materiales que incorporamos y de las cuales nos rodeamos hasta el agobio, no la satisfacen las sucesivas relaciones que iniciamos y dejamos, no la atenúan las experiencias extremas que a veces consumimos una detrás de otra en el intento de “sentir”, “vibrar” o percibirnos “vivos”. Decía Frankl que la mejor prueba de la existencia y la necesidad del agua es la sed. Del mismo modo podríamos afirmar que la prueba de que es necesario descifrar y consagrar el sentido de cada vida es esa sensación de vacío y descontento que se instala cuando no lo hacemos.
Para esto es esencial la voluntad de sentido. Aquello que nos induce a comprometernos, y aún sacrificarnos, para servir a nuestros seres queridos (sean o no parte de nuestra familia), a crear obras (de cualquier tipo) por las que sentimos inclinación y a adentrarnos en las áreas vitales de nuestro interés. Cuando hacemos esto se activan las áreas de confianza innata que existen en nosotros.
La búsqueda del tesoro
¿Y cómo se busca el sentido? En primer lugar, y aunque parezca obvio buscando. Esto significa, preguntándonos por nuestras necesidades, por nuestras vocaciones más profundas, por nuestros vínculos, por aquellos intereses que nos ligan a los otros, por los servicios que podemos prestar.
En segundo lugar, ampliando el campo de la búsqueda, sin contentarnos con una sola mirada, sino yendo más profundo en nuestros interrogantes. Se amplía el campo de la búsqueda cuando nos internamos en actividades, círculos, experiencias, lecturas, aprendizajes, exploraciones geográficas que nos han sido hasta ahora desconocidas. Si lo hacemos de una manera consciente y atenta, prestando atención a nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos y evocaciones, allí puede despuntar una pista acerca de algo que nos conecte con nuestra noción de sentido existencial.
Por último, sabrás que estás conectándote con aquello que le da sentido a tu vida cuando percibas lo bello, cuando sientas que tu sensibilidad se amplía y se hace más fina, cuando comiences a percibir aquello que te une con los otros más allá de lo superficial, cuando eso que haces hacia o con los demás no lo haces en busca de devoluciones, recompensas o elogios, sino simplemente porque sientes que quieres hacerlo, que eso es lo que te llena. Lo que da sentido a tu existencia (sea lo que fuere) es siempre algo que mejora y preserva la vida como ese milagro que a todos nos involucra.
Volvamos a la Medicina Antienvejecimiento y a la posibilidad de vivir cien años. ¿De veras te lamentas de no ser un bebé nacido hoy? Quizá no se trate de tener una vida corta o larga en términos cronológicos, sino de una existencia responsable, construida sobre valores ciertos, que hagan de cada uno de nosotros alguien bueno para el mundo en que nos toca vivir. Y ese mundo empieza en tu entorno inmediato.
No importa cuánto dure, una vida con sentido es siempre importante y cada uno de sus instantes será eterno.
por Sergio Sinay
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