Amarres de Amor con Magia Blanca
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Nemesis
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Nemesis


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MensajeTema: Aumentar la Positividad   Aumentar la Positividad Icon_minitimeMiér Dic 14 2011, 03:12

Es bastante común escuchar cerca de nosotros cómo alguien cuenta lo mal que le va en la vida. Se queja de la mala suerte que le persigue, o de la desgracia que sufre, o del suplicio de su día a día con la esperanza de que el otro se de cuenta de lo horrible que es estar en ese lugar. Compartir la carga la hace menos pesada, de modo que esa persona, posiblemente, tras ser escuchada, se sienta mejor. Y es que hay situaciones que provocan en nosotros una necesidad de “descargarnos” de cosas, de verbalizarlo, de compartirlo, de hacerlo real. No es que pensar de este modo le reste importancia a nuestra vivencia, pero al compartirlo con los demás nos damos cuenta de hasta qué punto es tal y como lo hemos estado viendo nosotros. En este sentido, compartir aquello que nos hace sufrir, nos libera del peso que suponía esa carga, nos permite cuestionar nuestra visión y nos coloca en situación de recibir algo del otro con quien compartimos: un gesto, un consejo, una opinión, un silencio…

Pero, ¿y si no compartiéramos con nadie nuestros malos momentos, nuestras emociones negativas, nuestros pensamientos e ideas más funestas? Al no poder contrastar nuestra percepción, tenderíamos a considerarla como una verdad absoluta, que da sentido a nuestra realidad, desde lo que hacemos hasta cómo nos sentimos.

Encontramos personas que, aunque comparten con otros sus malos momentos, no obtienen lo que buscan sino justo lo contrario: una confirmación de lo mal que estoy, lo que legitima mi estado de ánimo y mis acciones. Cuentan lo que necesitan compartir, pero como un disco rayado, sin prestar atención al otro, a sus respuestas. Y, cuando prestan atención es para confirmar la idea que traían desde casa. Su percepción de las cosas tiene un filtro que sesga la informacion hacia lo negativo, que valora y valida solamente aquellos contenidos que le provocan malestar.

Como se ha señalado en ocasiones anteriores, nuestra historia de aprendizaje, entendida en sentido amplio, como el conjunto de vivencias a partir de las cuales me construyo a mi mismo y a mi realidad, explica porqué hacemos las cosas del modo en que las hacemos. Así que, siguiendo con la exposición, ese filtro negativo lleva años funcionando del mismo modo. Es un sesgo que impide prestar atención a lo positivo porque eso se da por sentado, como algo “normal”, irrelevante o indigno de mención.

En parte, hemos aprendido a compartir solamente aquello para lo que necesitamos ayuda. Hablar de lo bien que nos va es “pecar de vanidosos”; como lo bueno es inherente a nuestro día a día, resulta irrelevante mencionarlo. Mantener este mito, y el anterior sesgo perceptivo, nos lleva irremediablemente a verlo todo mal. Porque este conjunto de pensamientos, emociones y acciones se tornan en hábito personal, no solamente en situaciones sociales sino también en relación al modo en que explicamos el mundo. Dejamos de ser conscientes de que nos ocurren, cada día, cosas que, por su marcado carácter positivo, merecen la pena contarse (a nosotros y a los demás).

Si nuestro sistema perceptivo solo registra como relevante aquello que es negativo, llega un momento en que no hay nada que nos parezca positivo, ya que no hacemos el esfuerzo de registrarlo, de darnos cuenta de que está ahí. Nuestro estado de ánimo se deteriora como consecuencia del filtro que hemos construido, que no solamente nos impide ver nuestra realidad de modo más equilibrada, sino que también facilita la producción de pensamientos negativos, catastrofistas y pesimistas que deterioran nuestra percepción de lo que ocurre, y conectan con la generación de emociones negativas, como la tristeza, la ira o el miedo.

Darnos cuenta de la existencia de este filtro es un primer paso para hacer algo al respecto. En muchas ocasiones, no puedo cambiar el hecho de que ocurran cosas malas, pero lo que sí puedo hacer es ELEGIR cómo voy a reaccionar ante ello a medio y largo plazo. Si dejo que el filtro actúe, probablemente “pintaré” el cuadro de mi situación aún peor de lo que pueda ser.

Tomar la decisión de construir un filtro nuevo, una herramienta que me permita ver mi realidad de modo más objetivo, más realista o menos dogmático, supone, en primer lugar, que hay que aceptar que ciertas cosas no se pueden cambiar. No podemos controlarlo todo (es más, ¿quién ha dicho que tengamos que hacerlo?). A continuación sería bueno que dirigiéramos nuestros esfuerzos a darnos cuenta de la cantidad de cosas agradables, positivas y constructivas que nos suceden a diario. En este caso, darnos cuenta del número de cosas positivas que nos ocurren durante un día frente al número de cosas negativas sucedidas ese mismo día, da una perspectiva más amplia del resultado emocional que puedo percibir. Mi filtro empieza a cambiar si logro aumentar mi POSITIVIDAD, es decir, mi percepción de que me siguen pasando cosas agradables y de que soy yo quien puede provocarlas.

Esto es especialmente importante en el caso de los niños pequeños, que están construyendo su realidad a partir del feedback que sus “otros significativos” les ofrecen. Si se enfrentan al modelo adulto que solo habla de lo negativo y que no presta atención a lo positivo, probablemente esos niños aprenderán a pensar, actuar y sentir de forma parecida.

El profesor Martin Seligman propone un sencillo ejercicio para practicar con niños pequeños que les permite construir un filtro perceptivo adecuado y constructivo. Antes de acostarse, cada día, los niños cuentan las cosas que han ido bien o les han gustado, comparándolas con las negativas. No se trata únicamente de una enumeración, sino que será importante respetar el ritmo y el contenido de la vivencia que el niño haya tenido en relación a lo sucedido. Este sencillo ejercicio se llama “Las pepitas de oro de cada día”. El objetivo, por tanto, es que el niño se de cuenta de que en un día pasan cosas positivas y negativas, y que su estado de ánimo se relaciona con la forma en que se tome el conjunto de situaciones. Si solo nos fijamos en que nos pasa algo negativo, o bien le ponemos mayor énfasis siempre a lo que ha salido mal, posiblemente, el niño experimentará emociones negativas con mayor frecuencia e intensidad. Se trata, en resumen, de equilibrar la balanza emocional.

Si hacemos que los niños aprendan a ser más conscientes de cómo reaccionar ante su realidad, tanto la positiva como la negativa, estarán más preparados para afrontarla. Para lograr este objetivo, los adultos podemos esforzarnos por hacer lo mismo: cambiar el filtro perceptivo y aumentar la positividad, dándonos permiso para disfrutar de lo bueno y considerarlo valioso, importante y relevante.

No se trata de cambiar un sesgo negativo por uno positivo; se trata de tomar conciencia del valor que tienen las cosas para nosotros mismos. Darnos cuenta de que a diario nos pasan cosas agradables hace que las valoremos y las consideremos importantes, destierra el sesgo que apunta a que “todo está mal” y nos permite afrontar lo negativo con la conciencia de que podemos hacer algo al respecto. Si logro percibir que yo puedo provocar lo positivo, quizás tenga la percepción de que también tengo dominio sobre lo negativo. Y es cierto que a veces no podré hacer gran cosa para cambiar la situación que me genera malestar, pero al menos sabré que puedo afrontarlo de un modo distinto, más constructivo y esperanzador.
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