Quien aspire a la felicidad debe empezar trabajando consigo mismo. Cada uno de nosotros es como un navío que se pone en rumbo a la tierra prometida. Si el navío tiene algún boquete o las velas están a medio izar, lo más probable es que acabemos naufragando o, lo que es lo mismo, que no lleguemos nunca a nuestro destino. En el singular viaje de la vida es determinante la disposición hacia el mundo. Es fácil ver cómo las personas pesimistas, envidiosas o rencorosas tropiezan continuamente con los demás y no logran evolucionar. Por lo tanto, conviene que revisemos nuestras actitudes y convicciones para saber si son demasiado rígidas, si es que no son totalmente erróneas. Para avanzar es necesario despejar la mente de obstáculos a priori y abrirse a la experiencia. Cada encuentro, cada situación, cada acontecimiento debe ser valorado en su justa medida una vez haya transcurrido. Si prejuzgamos, extraviaremos el sentido del viaje o tal vez nunca lo emprendamos. Las mayores aventuras de la humanidad se han acometido con una medida de previsión y otra de intrepidez. Quien reúne la curiosidad del niño, el arrojo del jóven y la prudencia del viejo se asegura una buena travesía.
Tres maneras de asegurarse la infelicidad:
1) Culpar a los demás cuando las cosas no salen bien.
2) Esperar determinadas reacciones de las personas.
3) Abandonar proyectos por miedo a fracasar.
Libro de Gottfried Kerstin