Cuando Einstein era un niño, se preguntaba: ¿qué pasaría si montara en mi bicicleta a la velocidad de la luz y encendiera el faro?... ¿se encendería?.
Casi se vuelve loco haciéndose esa pregunta durante diez años, pero gracias a su decidida búsqueda se llegó a la teoría de la relatividad.
Y, es que, el hacerse preguntas: ¡abre la puerta al cambio!
Hacernos grandes preguntas puede ser catalizador para la transformación. Suelen ser invitaciones hacia la aventura, un viaje hacia el descubrimiento.
En el momento en que te haces una pregunta de la que no sabes la respuesta, te abres a un campo de infinitas posibilidades. Porque las preguntas nos abren la mente y constituyen el puente para llegar al otro lado de lo desconocido.
Los griegos lo consideraban un arte
El arte de la mayéutica era el método Socrático de carácter inductivo que se basaba en la dialéctica (que supone la idea de que la verdad está oculta en la mente de cada ser humano): se le preguntaba al interlocutor acerca de algo y luego se procedía a rebatir esa respuesta por medio del establecimiento de conceptos generales, demostrándole lo equivocado que estaba, llegando de esta manera a un concepto nuevo, diferente del anterior, el cual era erróneo.
Todas las respuestas están inscritas en ti. Pero, la calidad de las respuestas que consigas, dependerá de la calidad de las preguntas que formules.
Una de las técnicas para crear nuevas ideas, es conocida como "lluvia de ideas" (brainstorming en inglés). Ponte a prueba, ¡formúlate una pregunta atrevida! y, después, comienza a escribir todas las respuestas que se te ocurran (sin ningún tipo de prejuicio). No pares antes de encontrar un mínimo de veinte respuestas.
Es muy probable que te quedes gratamente sorprendido.
¡Vamos!... ¿cuál es tu pregunta?
Recuerda que: las preguntas, son la respuesta.