Uno de los mayores placeres de la vida cotidiana se manifiesta en la experiencia rica de la amistad que apela al ámbito de intimidad en el que una persona se muestra exactamente tal y como es. Un verdadero amigo acepta al otro asumiendo sus defectos y valorando sus virtudes. El ser humano es social por naturaleza aunque también como individuo deba cultivar sus momentos de soledad. Sin embargo, la compañía es necesaria como muestra el hecho tan evidente de que todos vivimos en sociedad y somos recibidos en el seno de una familia cuando nacemos. Curiosamente, muchos de los problemas de la edad adulta tienen su razón de ser en las carencias afectivas experimentadas en la infancia como consecuencia, en algunas ocasiones, de formar parte de familias desestructuradas.
Uno de los pensadores que más reflexionó sobre la importancia de la amistad es Platón que escribe sus obras a modo de diálogo entre diferentes personajes ya que la verdad de la idea se alcanza mejor a través de la conversación con el amigo. La palabra es un vehículo de comunicación muy eficaz si se utiliza de la forma adecuada, es decir, si se practica la asertividad, la escucha activa y la empatía. Además, como explica Tomás de Aquino el verdadero amigo es aquel que quiere al otro tal como a sí mismo. De este modo, no sólo compartirán momentos de alegría sino también situaciones de dificultad que serán aliviadas a través del consuelo generado por la compañía y el cariño de un verdadero amigo.
Conviene destacar este punto, ya que en algunas ocasiones la soledad es la causa de la desesperación. Todo ser humano necesita lo mismo a cualquier edad: querer y sentirse querido por los demás, es decir, la necesidad de reconocimiento es innata en nuestro modo de ser. Sin embargo, hoy día descubrimos a través de los medios de comunicación diferentes historias que muestran la soledad de algunas vidas, por ejemplo, la de aquellos ancianos que mueren solos en sus casas sin que nadie les eche en falta durante varios días. Si existe una etapa de la vida que debe nutrirse de la esperanza es precisamente la vejez. Esperanza manifestada en el cariño, en el cuidado, el respeto, la admiración y el agradecimiento de la familia. Vivimos en una sociedad que equipara el éxito con la juventud y relega a los más mayores a un segundo plano. Sin embargo, la educación en valores y el diálogo intergeneracional sería un éxito en beneficio de todos ya que los más jóvenes podrían enriquecerse de la experiencia propia de aquellos que están al final de su vida, y por otro lado, los más jóvenes ayudarían a los ancianos en aquellas tareas que les cuesta más trabajo realizar como consecuencia de los achaques propios de la edad.
La consecuencia más trágica de la desesperación es el suicidio. La decisión que toma aquel que no quiere continuar su existencia deja un profundo vacío y puede producir sin sentido en familiares y amigos que en ocasiones se sienten responsables de no haber evitado la tragedia. Por tanto, la desesperación muestra un grado de tristeza agudo y en grado máximo. La tristeza exagerada agota y produce cansancio ya que una de las sensaciones que experimentan, por ejemplo, los enfermos de depresión a nivel físico es la de llevar una piedra pesada sobre sus hombros. Quizá así puede comprenderse la pereza que tiene este tipo de personas para realizar acciones cotidianas que, sin embargo, para aquel que está deprimido se tornan muy costosas.