El amor no es cosa que se aprenda, pues los hombres estamos naturalmente inclinados al amor. Por otro lado, sin embargo, no hay nada que sea más necesario enseñar que el amor. Hay que saber qué es amar; hay que descubrirlo -que no es lo mismo que inventarlo-, porque con frecuencia se confunde el amor con cualquier tipo de "des-amor".
A la vez, hay que vivir el amor: se aprende a amar amando, como también se dice que se aprende a andar andando. No hay "ciencia" más práctica que la del amor.
Las características básicas del amor son la fidelidad (no hay amores infieles), la delicadeza (no amores antipáticos) y la generosidad (no hay amores cerrados y egoístas). Cada una de estas características da lugar a un curso distinto de Ingeniería del amor. Precisamente, este curso se refiere en concreto al amor matrimonial, el más arriesgado y emocionante de los todos los amores.
El amor es una inclinación natural del hombre: vive de amor y vive para amar. La prueba de esto es que el hombre no es feliz cuando está "entretenido", sino cuando ama, cuando está enamorado y es capaz de mantener el estado de enamorado.
La vida nos muestra que hay "amores" que matan: no todo es amor. Los hay que "pactan" el amor a su medida; los hay que "negocian a la baja" el amor; los hay de más originales que incluso deciden qué es el amor: todo eso da mal resultado y conlleva un precio caro. ¡Si ni tan sólo podemos hacer lo que nos dé la gana, por ejemplo, con un coche (si es que queremos que funcione), menos aún con el amor!
El amor es algo muy concreto, muy preciso, muy delicado: es una "obra de ingeniería", es decir, tiene unos fundamentos muy precisos y requiere de una adecuada tarea de mantenimiento.
Existe toda una pedagogía del amor. Este aprendizaje es urgente. Estamos ante un tema muy delicado y, desgraciadamente, se trata de una de las cuestiones alrededor de la cual se ha generado una confusión espectacular. Ésta es la peor de las confusiones que podía sufrir la persona humana, ya que afecta de lleno a su intimidad y a su felicidad.
El amor -como todo en esta vida- tiene sus "reglas de juego", que las podemos deducir razonablemente a partir de la contemplación del ser del hombre. No se trata, por tanto, de unas reglas cualesquiera: responden a aquello que la persona humana necesita no ya para sentirse feliz, sino para ser feliz (lo cual es notablemente más profundo).
¡Con el amor, precisamente, no se puede jugar!