En la época del fax, los chips, el internet,
el jet, el microondas y el control remoto,
es difícil aceptar procesos con paciencia.
Queremos que todo en la vida funcione
tan rápido como las comunicaciones
o las computadoras. Nos dejamos
presionar por un inmediatismo estresante.
Y está bien que exijamos rapidez a los lentos
y los mediocres, pero no hasta el punto
de querer en todo una velocidad
de transbordador espacial.
Por querer volar quemamos valiosas iniciativas,
no le damos espacio a los procesos de maduración
y olvidamos lo importante agobiados por lo urgente.
La impaciencia nos hace tanto daño como el que
sufren los niños cuyos papás quieren estos milagros:
que el pequeño a los 5 años hable tres idiomas,
toque violín, sea estrella en un deporte,
estudiante Uno. A. y experto karateca.
Ojalá pongamos en nuestro espejo, en el closet
y en la oficina un post-it con las letras
PP de paciencia y procesos.
Así tendremos ante los ojos por un buen tiempo
un memorial de lo valioso que es actuar con calma
y dejar tanto acelere.
¡Ojo, vísteme despacio que estoy de prisa!
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