Hay que elegir
Simplificando, se trata de optar, de decidir qué tipo de pensamientos y actitudes nos resultan más convenientes.
La vida cotidiana se empeña en proporcionarnos a menudo situaciones difíciles de sobrellevar y de superar.
Esto nadie lo duda.
Pero el pensamiento positivo nos ayuda a tramitarlas, porque éste es constructivo y enfoca las relaciones humanas de una manera más equilibrada, ya que se basa en la convicción de que todo puede ir mejor si nosotros suministramos de parte nuestra una actitud positiva.
Ser pesimista amarga el carácter y enturbia todas las relaciones humanas.
Es así, porque esta actitud habitualmente esconde la falta de confianza en uno mismo y en los demás.
‘¿Qué más quisiera yo que ser optimista, pero la vida me ha hecho ser realista?’.
Esta afirmación casi siempre oculta una renuncia al cambio, que se basa en que las personas son como son y en que es inútil esforzarse por cambiar el carácter y la actitud de la gente. Nada más falso.
Hay que reconocer que todos tenemos un componente básico difícil de modificar, pero la personalidad se compone también de conductas aprendidas y sobre éstas sí se puede actuar.
En eso consiste el proceso de mejora de la personalidad que, aunque en lo básico se construye en los primeros años de vida, puede cambiarse.
Por mucho que creamos ser de un modo determinado, si echamos un vistazo a nuestros cinco o diez últimos años de vida contemplaremos cómo han evolucionado nuestras actitudes ante los diversos acontecimientos ocurridos.
Y si la vida nos cambia, normalmente, a más serios y circunspectos, ¿por qué no podemos modificar voluntariamente nuestra manera de ver las cosas, para poder vivir más positivamente?