Os propongo un cuento de Jorge Bucay acerca de mantener viva la ilusión
Cuentan que el viejo relojero volvió al pueblo después de dos años de ausencia. El mostrador de su relojería recibió en una sola tarde todos los relojes del pueblo, que a su tiempo se habían detenido y habían quedado esperándolo en algun cajoncito de la casa de sus dueños.
El joyero revisó cada uno, pieza por pieza, engranaje por engranaje.
Pero sólo uno de los relojes tenía arreglo, el que pertenecía al viejo maestro de la escuela pública; todos los demás eran ya máquinas inservibles.
El reloj del maestro era un legado de su padre; posiblemente por eso el día en que se detuvo marcó para ese hombre un momento muy triste. Sin embargo, en lugar de dejarlo olvidado en su mesita de luz, el maestro cada noche tomaba su viejo reloj, lo calentaba entre sus manos, lo lustraba, daba apenas una media vuelta a la tuerca y lo agitaba deseando que recuperara su andar. El relo parecía querer complacer a su dueño, que durante algunos minutos se quedaba escuchando el conocido tictac de la máquina. Pero enseguida volvía a detenerse.
Fue este pequeño ritual, este ocuparse del reloj, este cuidado amoroso, lo que evitó que ese reloj se trabara para siempre. Fue la suma de la motivación y la perseverancia del maestro, así como mantener viva la ilusión lo que salvó a su reloj de morir oxidado.