Hay momentos donde las noches más oscuras nos regalan las primeras luces del alba y ese despertar abre en nuestro interior nuevos caminos, tendiendo puentes entre los antiguos sucesos de un tiempo que se fue y los nuevos momentos que abren horizontes donde las más verdes praderas esperan nuestra llegada.
Aquella sensación de aquel tiempo detenido en una eternidad marchita y yerma ha dejado un amplio espacio a las agujas de un reloj que jamás retrocede pues la hora más exacta es la que está por llegar, aquella que aguarda los tranquilos pasos del caminante que al caminar es el propio lugar pues no está en ninguna otra parte.
Y cómo caminar tranquilo si cuando estoy en un concreto punto del camino mi mente ya se ha adelantado tantos pasos que no recuerdo como llegué hasta aquí, ansioso como estaba por finalizar mi recorrido.
Y que sentido tendría finalizar un recorrido en el que no he estado presente pues en mi ausencia no he podido observar que el viajero que llega no es el mismo que partió, o al menos no debería de serlo.
Un viaje, una aventura, no puede ser ajena al viajero que se adentra en ella, que se da el permiso necesario para que los días, las semanas, los meses, los años que dure su travesía lo vayan transformando, lo conviertan en el objeto de su propio viaje de manera que al cambiar el paisaje se vaya desprendiendo de su viejo equipaje, adaptándolo a las necesidades que la propia ruta, el propio recorrido, dibujen en su alma de eterno viajero.
Y que otra razón más importante podría haber para viajar que el hecho de disfrutar del propio viaje pues si la vida es un viaje para cada viajero que se embarca en ella que absurdo sería decidir sufrirla en cada instante olvidando su esencia y el motivo de tan largo viaje.
Entonces, cómo podría un viajero conocer el motivo de su viaje, razón de sus desvelos, pues viajar sin sentido acaba por agotar al viajero que sin saber adonde va solo tiene prisa por llegar a algún lugar y depositar allí su ansia acumulada en un largo y absurdo recorrido en el que al no reconocerse tampoco ha reconocido nada en el camino.
Siendo así, quizá cada caminante tenga un camino pues parece determinante que siendo diferente cada viajero también lo sean sus propios recorridos pero lo propio es de cada uno, y lo propio de cada viajero se encierra en su interior.
Luego el auténtico viaje por la vida nace en el interior de cada uno de nosotros, viajeros del tiempo y dueños de nuestro propio viaje, de manera que tan solo adentrándome en mi interior y recorriendo no sólo las extensas llanuras de mi alma sino también escalando mis propias montañas que me abre a los valles más hermosos de mi mismo podré navegar en los mares y ríos que me atraviesan y el Sol que luce en el exterior brillará en mí coloreando las nubes que me ocultaban de mi propio encuentro.
Y es que ningún viaje es auténtico si el viajero no está dispuesto a perderse en el interior de si mismo para encontrarse.
Y es que quizá olvidamos que quién se pierde tan solo puede encontrarse.
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