De entre las muchas maravillas que posee el Perú prehispánico, quizá la que ha suscitado más interrogantes sea la fortaleza de Sacsayhuamán, que domina la ciudad de Cuzco, antigua capital incaica. Se trata de un vasto complejo de baluartes, casas, altares, anfiteatros y acueductos en gran parte destruido (sirvió de cantera para la construcción de la catedral de Cuzco y para numerosas casas coloniales), pero cuya grandiosidad sigue haciéndolo sobrecogedor y, en gran parte, inexplicable.
Sacsayhuamán era en realidad un Palacio, el templo del Sol, y constituía una de las principales residencias del inca. Sin embargo su excelente situación estratégica hizo que los españoles creyeran que se trataba de una fortaleza, y que esporádicamente los propios habitantes de Cuzco lo destinaran a este fin. Algunas leyendas atribuyen su fundación al propio Manco Cápac, el primer y mítico inca y se ha calculado que en su construcción participaron más de 20.000 hombres.
Los datos que recogieron los cronistas en la época de esplendor del palacio contienen rasgos extremadamente curiosos e intrigantes. Al parecer, el torreón central, de 4 ó 5 pisos y forma cilíndrica, estaba totalmente recubierto de planchas de oro; además, a toda la construcción subyacían un verdadero laberinto de callejas y pasadizos subterráneos y un perfecto sistema de canalizaciones herméticas por las cuales llegaba el agua desde emplazamientos que permanecieron siempre secretos.
Pero no son éstas las características más impresionantes de Sacsayhuamán; las supera, sin duda, su triple muralla megalítica en forma de zigzag, construida con enormes bloques de piedra caliza de hasta 130 kg de peso y más de 5 metros de altura. Estas cifras hablan ya de las dificultades que una empresa así debió de representar para una sociedad que no conocía la rueda; pero, además, la exactitud del ensamblamiento antisísmico de las piedras hizo que los cronistas, asombrados, atribuyeran a Sacsayhuamán un origen sobrenatural.
Es evidente que ni siquiera el alto grado de organización social del imperio incaico puede explicar la construcción de esos baluartes, y mucho menos su misteriosa forma (tres serpientes paralelas). El cronista Pedro Sancho de la Hoz aseguró “que nadie que los vea no diría que hayan sido puestos allí por manos de hombres humanos, que son tan grandes como troncos de montañas”. Efectivamente, los primeros testigos españoles hablaban ya de la absoluta carencia de herramientas para trabajar esas piedras.
Muchos, posteriormente, han insinuado que se trata de una construcción mucho más antigua que lo que se ha pretendido, y que parece implicar la existencia de una superraza desconocida. Otros han sugerido que sus constructores poseían la fórmula de un líquido capaz de ablandar la piedra, y que de esta manera no necesitaron ningún tipo de amalgama para mantener unidos los bloques.
Sacsayhuamán permanece pues como testimonio de una tecnología insólita, con sus asombrosas piedras que hicieron “imaginar y aun creer” al antiguo cronista inca Garcilaso de la Vega “que son hechas por vía de encantamiento y que las hicieron demonios y no hombres”.
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