Edimburgo es una metrópoli de Escocia que evoca épocas de terror, muerte y espanto. Al pisar la Royal mile, la milla real que vertebra la ciudad vieja desde el castillo hasta el palacio de Hollyrood, pocos son conscientes de que bajo este empedrado hubo otra ciudad, callejones de contraluces donde habitan las almas perdidas. La historia relata que en el año 1347 la peste negra avanzaba por Europa Central dejando un reguero de padecimientos y muerte sin parangón hasta la fecha.
La mitad de la población del viejo continente sucumbe bajo la afilada guadaña de la “muerte negra”. La falta de salubridad en las grandes urbes, las ratas y pulgas –auténticas transmisoras de las imparable pandemia–, el hacinamiento de una población que acudía a las ciudades y los enfermos eran colocados en los callejones que pasaban por ser enormes estercolero. Y es que cuando la muerte negra se manifestaba el horror se apoderaba de los entornos, y los apestados se convertían en parias a los que aislar.
Uno de estos callejones era el de Mary King, en las entrañas de la ciudad antigua, que no permaneció ajena a la feroz epidemia. La población del callejón, al igual que en todo el país, se vio mermada en exceso y fue común ver a cadáveres que se amontonaban en sus calles empedradas. La leyenda de que el lugar había quedado maldito empezó a circular de boca en boca. El callejón de los apestados, cobró vida en apariciones de los infelices victimas de la peste.
Hoy se rompe el silencio de este mundo de sombras a través de una escalera que es la puerta de entrada de este callejón. No es lugar apto para claustrofóbicos. Aqui hay una casa donde vivió una niña llamada Annie que fue victima de la peste de 1644 que comenzó a causar estragos. Annie se ha convertido por méritos propios en el fantasma más célebre de Edimburgo, y son miles, decenas de miles las personas que al cabo del año visitan el hogar de la aparecida, dejando sus juguetes en el polvoriento arcón.
Y siguendo por la ruta del callejón de los apestados encontramos otra casa donde hay dos camas donde estuvieron los cuerpos de Janet Graig y sus tres hijos. La historia cuenta que uno de ellos murió a sus pies, cubierto por la áspera tela de un saco. El otro, primogénito, falleció en los brazos de su madre. Y cuentan los testigos que algunas noches se ven sombras a traves de sus ventanales donde se percibe la figura de una mujer con la mano cubriendo su rostro, y se ve como asiste al más pequeño de sus vástagos, el bebé que se retuerce entre sus brazos.
Una escena igual o parecida se hubo de desarrollar entre estos sombríos paredones. Constancia hay de ello, como de que después, los siglos y los millones de personas que han pasado por el callejón, aseguran observar las presencias de dos pequeños que se desvanecen en la oscuridad.
Sean reales o no estas historias, lo cierto es que cuesta imaginar, asomándonos a la pequeña ventana que da al callejón, la tragedia que en pocos años se hubo de vivir en este siniestro enclave; las condiciones en las que se desarrollaron tan terribles acontecimientos.
Y es que si el pasado permanece retenido en un fragmento del espacio-tiempo, es plausible sentir estas experiencia paranormales en este callejón, con sus centenarias casas abandonadas en el que los apestados murieon como moscas. Sensaciones que únicamente se pueden experimentar en lugares como éste, el más célebre de los muchos, muchísimos que permanecen ocultos bajo la ciudad moderna del siglo XXI.
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