Al gran Mahatma Gandhi.
En 1888 Mahatma Gandhi fue a Inglaterra, donde estudió Derecho. Una vez iba caminando por una calle de Londres y fue sorprendido por un chaparrón de agua.
Gandhi empezó a correr para huir de la lluvia y logró refugiarse debajo del alero de un lujoso hotel, ahí se quedó parado mientras pasaba el vendaval. A los pocos minutos apareció una lujosa limosina y de ella salió un magnate inglés, le bajaron las maletas y el carro fue conducido hasta el estacionamiento.
_ ¡Oye tú!, ¡agárrame las maletas! _ gritó el británico a Gandhi que no sabía que era con él, miró hacia los lados y hacía atrás para ver a quién se dirigía el magnate _, ¡ey tú, hindú!_ repitió el inglés con fuerza_ , ¡he dicho que me agarres las maletas!
Gandhi se dio cuenta de que era a él a quien hablaba el potentado, y entonces se acercó a cargarlas. El inglés le ordenó que lo siguiera hasta el cuarto piso; él subió por el ascensor y el hindú por las escaleras porque en esa época los hindúes eran considerados menos que los demás…
Una vez que Gandhi dejó las maletas en el sitio indicado, se dispuso a retirarse.
_ ¡Mira tú, indio!, ¿cuánto te debo? _ dijo el magnate.
_ Señor, usted no me debe nada _ Gandhi contestó cortésmente.
_ ¿Cuánto me vas a cobrar por subirme las maletas? _ insistió el hombre.
_ Señor _ repitió Gandhi _ , yo no voy a cobrarle nada.
_ ¿Tú trabajas aquí?, ¿no?
_ No señor, yo no trabajo aquí; yo estaba en la puerta esperando que dejara de llover para continuar mi camino.
_ Si tú no trabajas aquí, ¿por qué me subiste las maletas?
_ Porque usted me pidió que lo hiciera… y lo hice
_ ¡¿Quién eres tú?!
_ Yo soy Monadas Karamchand Gandhi, estudiante de Derecho… de la India.
_ Bien, bien… entonces, ¿cuánto me vas a cobrar?
_ Señor ya le dije, no le voy a cobrar nada y nunca pensé cobrarle _ dijo Gandhi.
_ Si tú no pensabas cobrarme nada por subirme las maletas _ dijo nuevamente el inglés _, ¡¿entonces por qué me las subiste?!
_ Señor _ expresó el futuro Mahatma _, yo le subí las maletas a usted por el inmenso placer que me causa el colaborar con los demás, por eso lo hice, porque para mi servir es un placer.
Después de esto, Gandhi nos dejaría este pensamiento:
“Todos los placeres y satisfacciones palidecen y se convierten en nada ante el servicio abnegado que se presta con alegría”.
Siglos antes Pablo dijo:
“Háganse esclavos, sírvanse, unos a los otros por amor” (Gal.5, 13). ¡No por dinero!
Amar también es un placer.
Cristo llegó a decir: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor” (Mt. 20, 26).
El trabajo no se paga con dinero sino con el placer de servir a los demás. El dinero cubre las necesidades, mientras que el servicio a los demás proporciona satisfacción personal.
No existe un sueldo en el mundo que sea capaz de pagarte lo que tú estás haciendo, porque el dinero que te dan como salario no es para retribuir tu trabajo sino para que sigas trabajando en lo que estás haciendo. Algunas personas trabajan por placer y por necesidad, hay quienes trabajan por la satisfacción de servir y otras solamente por dinero. El oficio no se paga con dinero y nadie te lo puede remunerar, tú eres el único que te puedes recompensar con la satisfacción de hacer bien las cosas.
Extraido del libro: El arte de combinar el si con el no.
Autor: Ricardo Bulmez