Amarres de Amor con Magia Blanca
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 Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto

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MensajeTema: Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto    Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto   Icon_minitimeVie Mayo 27 2011, 21:26


Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto

“Viajaba yo cierto día entre Baalbeck y el río Orontes, cuando vi una caravana en el desierto; era la de Mme. Blavatsky, y acampamos reunidos. Había allí un gran monumento junto a la aldea del Marsum, entre el Líbano y el Ante Líbano. Este monumento mostraba unas inscripciones que nadie había podido descifrar, y como yo sabía algo acerca de las cualidades extraordinarias de Mme. Blavatsky, y lo que ella podía conseguir respecto de los espíritus, le rogué tratase averiguar algo acerca de dicho monumento. Para ello, fue preciso esperar la llegada de la noche. Entonces ella trazó un círculo en derredor suyo y nos hizo entrar a todos en él. Se encendió fuego y se echó en él gran cantidad de incienso, recitando seguidamente conjuros o mantrams. Volviese a echar incienso, y entonces ella, con su dedo, nos mostró el monumento, sobre el que se veía un gran globo de una blanco fuego.
Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto   200px-Hpb

Sobre un sicomoro, que estaba al lado, parpadeaban otras pequeñas llamas. Nuevamente se quemó incienso, y entonces Mme. Blavatsky ordenó al espíritu en cuyo honor había sido alzado el monumento que apareciese. Bien pronto una vaporosa nubecilla se levantó velando a la débil claridad de la luna. Al echar más incienso aún, la nubecilla tomó la forma vaga de un anciano de lengua barba, quien, con vos lejana, pareció hablar a través de la nubecilla, diciendo que el monumento había sido el altar de un templo destruido hacía tiempo, y elevado en honor de un dios caído siglos antes de nuestra era. —Y vos ¿quién sois?, interrogó Mme. Blavatsky. —Soy Hiero, uno de los sacerdotes de este templo—. Entonces Mme. Blavatsky le ordenó nos mostrase el templo tal y como antaño existió. El anciano se inclinó, reverente, y por un instante pudimos contemplar la visión de un templo y de una gran ciudad, que cubría la llanura en todo lo que alcanzaba la vista. Después todo desapareció.” (Relato de la Condesa Pashkoff, publicado por el periódico norteamericano New York World el 21 de abril de 1878).[2]
Helena Petrovna Blavatsky - Sacerdotisa de lo Oculto   250px-H.P.Blavatsky_1887

La descripción citada, constituye una buena muestra sobre el problema a enfrentar. El estudio de una personalidad como la de Helena Petrovna Blavatsky —mejor conocida por sus iniciales “H.P.B”-, resulta para cualquier investigador una tarea riesgosa. A más de un siglo de su fallecimiento acaecido en 1891, seguimos sin conocer realmente quién era H.P.B. Súmese a este enigma sus biógrafos, y la ecuación se complica. Detractores furiosos, defensores acérrimos, las opiniones distan de ser coincidentes. Aclarado el concepto, entregamos nuestra propia versión de esta historia, con el temor de defraudar en el camino, a partidarios y enemigos blavatskianos.

Helena Petrovna Blavatsky, nació el 30 de julio de 1831 (12 de Agosto según el calendario ruso), en la ciudad de Ekaterisnolav, sur de Rusia. Era hija del coronel Meter Hahn, que descendía de los viejos cruzados de Mecklenburg, los Rotternstern Hans (Alemania). Su madre Helena Fedéff, durante su corta vida (ya que fallecería a la temprana edad de 27 años) logró cierta reputación como novelista, siendo considerada por los críticos como la George Sand rusa. La madre de ésta, quién más tarde se encargaría de la 3 educación de H.P.B y de sus restantes hermanos, fue la princesa Helena Dolgorouky, descendiente de una estirpe muy noble y de gran protagonismo en la historia de su país.

En este ambiente privilegiado se desarrollaron los primeros años de la joven Helena, que a la edad de 11 años, y después de perder a su madre, fue trasladada a la región de Saratoga para quedar bajo la tutela de su abuela, la princesa Dolgorouky. La misma Helena declararía después que “en aquella época de su vida se vio cuidada y mimada por un lado, castigada y endurecida por otro. Enferma y casi moribunda hasta los siete años u ocho años, sonámbula; poseída por el demonio. Gobernantas, dos. Niñeras, no sé cuántas, muchas... Una era medio tártara. Los soldados de mi padre cuidaban de mí...” De esta época data el apodo conferido por las tropas paternas a Helena y sus hermanas, que fueron conocidas como “las hijas del regimiento”.

Años más tarde una de sus mayores confidentes, su hermana menor Vera, escribiría una biografía titulada: La verdad acerca de Madame Blavatsky que brinda una mirada bastante peculiar sobre los primeros tiempos de Helena: “Era exclusivista, caprichosa, original, y a veces osada hasta la temeridad y la violencia, todos los maestros habían agotado su paciencia en Helena, quien jamás se avenía a horas fijas para sus lecciones, asombrándolos sin embargo, por su viva inteligencia, especialmente en lo relativo a la música y a los idiomas extranjeros”.

Sin embargo, esta inteligencia vivaz estuvo rodeada desde siempre por una atmósfera paranormal que la acompañó durante toda su vida. El primer reporte de estas “manifestaciones” lo tenemos en la ceremonia de su bautismo, según relato que nos lega Sinnet, estrecho colaborador en la Sociedad Teosófíca: “Estaba a punto de terminar la ceremonia. Los padrinos pronunciaban la renuncia a Satán y sus obras, que en la Iglesia ortodoxa va acompañada de tres salivazos contra el invisible enemigo. En aquel momento la chiquilla, jugando en el suelo con el cirio encendido, prendió fuego inadvertidamente a los largos y flotantes hábitos del sacerdote, sin que nadie reparara en el incidente hasta que ya fue demasiado tarde. Propagóse el fuego y resultaron varias personas, entre ellas el sacerdote, con varias quemaduras”. Cabe aclarar que HPB no sufrió daño alguno, siendo este considerado un presagio funesto y motivo de sobrenombre para la niña, ya que no se tuvo mejor idea que proclamársela “la concubina de Satán”.

En otro pasaje del libro de Sinnet leemos: “Era sumamente nerviosa y sensitiva, hablaba en voz alta, y a veces la encontraban sonámbula en los más apartados lugares de la casa y la volvían a la cama profundamente dormida. Una noche, cuando apenas contaba con doce años, la echaron de menos en su dormitorio, y, dada la alarma, fueron a buscarla, encontrándola paseando por uno de los largos corredores y en detenida conversación con alguien invisible para todos menos para ella”. Y preguntamos: ¿Contribuyeron estos desórdenes psíquicos a su desarrollo de las facultades mediúmnicas? Antes de brindar una respuesta a este interrogante, repasemos algunos puntos sobre el asunto.

Remito tres opiniones divergentes acerca del sonambulismo. Obsérvense las diferencias entre un punto y otro. Allan Kardeck[6], padre del espiritismo francés, explica en su obra El libro de los Espíritus que “... en el sonambulismo, el espíritu se pertenece a sí mismo completamente, y estando hasta cierto punto en estado cataléptico, los órganos no reciben las impresiones externas. Este estado se manifiesta especialmente durante el sueño, momento en que puede el espíritu abandonar provisionalmente el cuerpo, entregado como está éste al descanso indispensable a la materia. Cuando se producen los hechos sonambúlicos, débense a que el espíritu, ocupado de este o aquel asunto, se entrega a alguna acción que requiere el empleo del cuerpo, del cual se sirve de un modo análogo al uso que se hace de una mesa o cualquiera otro objeto material en el fenómeno de las manifestaciones físicas, o de la mano en el de las comunicaciones escritas. En los sueños de que se tiene conciencia, los órganos, incluso los de la memoria, comienzan a despertarse; reciben imperfectamente las impresiones producidas por los objetos o causas externas, y las comunican al espíritu que, reposando también entonces, no recibe más que sensaciones confusas e incoherentes con frecuencia y sin ninguna razón aparente de ser, mezcladas como están de vagos recuerdos, ya de esta existencia, ya de las anteriores. Fácil es entonces comprender por qué los sonámbulos no tienen ningún recuerdo y por qué los sueños cuyo recuerdo conservamos, no tienen sentido alguno las más de las veces. Digo las más de las veces, porque sucede que son consecuencia de un recuerdo exacto de acontecimientos de una vida anterior, y alguna vez hasta una especie de intuición del porvenir...”

René Genón, gran pensador también de origen francés, entrega otra visión del tema en su escrito “El Error del Espíritu”: “... Por lo demás, hay casos en los que el «subconsciente», individual o colectivo, explica todo por sí solo sin que haya la menor exteriorización de fuerza en el médium o en los asistentes; ello es así para los «médiums de encarnaciones» e incluso para los «médiums escritores»; estos estados, lo repetimos una vez más, son rigurosamente idénticos a los estados sonambúlicos puros y simples (a menos que se trate de una verdadera «posesión», pero eso no ocurre tan corrientemente).

A este propósito, agregaremos que hay grandes semejanzas entre el médium, el sujeto hipnótico, y también el sonámbulo natural; hay un cierto conjunto de condiciones «psicofisiológicas» que les son comunes, y la manera en que se comportan es muy frecuentemente la misma...”. Y para cerrar el menú, el gran psiquiatra suizo y sucesor de Freud, Carl Gustav. Jüng, con un pasaje extraído de su tesis doctoral “Sobre la psicología y patología de los así llamados fenómenos ocultos”: “... los síntomas de sonambulísticos son particularmente comunes en la pubertad, y muchos casos bien conocidos en esta edad son citados. El aumento de la personalidad inconsciente, está definido como el proceso automático cuyos resultados no están disponibles para la actividad síquica consciente del individuo ...”.

Quién escribe sostiene que hay pequeñas dosis de verdad en cada una de las posturas citadas, revelando para el intérprete aspectos esenciales de la personalidad de Blavatsky. Después de este pequeño break, retomemos nuestro estudio. Pero el sonambulismo sólo era uno de los fenómenos que desde pequeña perturbaban a la joven Helena.

Véase sino este relato: “... Con motivo de un asesinato que había sido perpetrado en la región de su residencia paterna, el comisario de la Policía, amigo de su padre, se lamentaba ante éste de las dificultades que hallaba para aclarar el misterio. El Coronel Hahn, padre de Helena, le sugirió que utilizara las dotes clarividentes de su hija. El policía rió de tan buena gana, que la muchacha herida en su amor propio, le desafió a que lo descifrase antes que ella. Y fue a sentarse con un libro en un rincón, malhumorada. De repente, se levanta. Y se dirige hacia el comisario para decirle en un tono perentorio y triunfal, no desprovisto de ironía: “Ud. Conoce al asesino, comisario; lo ha visto varias veces sin sospecharlo, se llama Samoilo Ivanov y se esconde en granero de Ulassov, un aldeano en Oreshkino. Si van ahora, podrán prenderle. El policía rió durante un buen rato, asegurando que no conocía al tal Ivanov. Es un soldado con permiso — replicó la muchacha—; estaba borracho y se peleaba con su víctima. No lo había premeditado. Fue un accidente más que un crimen”. Pasado su regocijo, el comisario quiso, no obstante, comprobar las revelaciones de la “vidente”, y el culpable fue detenido...”

Resulta un problema de envergadura para la mayoría de sus críticos más furiosos, tener que citar en cada biografía un relato como el descrito, que para su desazón está debidamente documentado.

Otro aspecto desconcertante es el enigma de su inmensa sabiduría. En muchos estudios sobre su persona, se asegura que su reputación de erudita se gestó años después de su partida de Rusia, a través de los innumerables viajes que realizó por el mundo y por el conocimiento trasmitido por sus Maestros. Su educación en esta etapa juvenil, aseguran, fue bastante mediocre. Pero hoy día investigaciones más actuales revelan una historia bien distinta, como por ejemplo, que a la edad de 16 años, sintiera interés por los libros místicos que encontró en la biblioteca de su abuelo. Además, se debe destacar que éstos contaban con una de las mejores colecciones de fauna, flora, y reliquias de animales antiguos a la que Helena tenía acceso, que sin duda le fueron de fuente de inspiración en la Redacción de la Doctrina Secreta.

Antes de concluir este capítulo queremos referirnos al suceso que determinó su salida de Rusia. Hablamos de su frustrado casamiento con el General Nícero Blavatsky, una unión que sólo le reportaría el célebre apellido. Conozcamos la historia. En los pocos retratos que se conservan de H.P.B, se observa un rostro de rasgos asiáticos, corte tártaro-kalmuka, ciclópea e imponente. Tenía el cabello castaño claro, y unos ojos difíciles de olvidar. Según relata su primo, el conde Witte, “eran enormes de intenso y profundo color azul, brillaban dice, cuando hablaba, de una manera fulgurante, imposible describir”. El escritor catalán Juan Parellada de Cardellac cuenta “que su físico era más bien vulgar, era corpulenta y carecía de feminidad. Las cosas del amor la tenían sin cuidado, o mejor dicho, la repelían hasta el extremo de cuando sus amigas hablaban de alguna aventura con chicos de su edad, se le subía el estómago a la cabeza. Un día su padre, viéndola tan poco femenina le dijo que si seguía así, sería incapaz de conquistar siquiera a un viejo general amigo de la familia, conocido por su atractivo físico y su nariz de berenjena. Helena aceptó el reto y sedujo al anciano general que se apresuró a pedir su mano”.

En esta época, Helena tenía 17 años y al parecer el viejo General, en ese entonces Vicegobernador de la provincia de Ereván, Cáucaso, no era tan anciano como se dice sino que apenas pasaba los cuarenta. Ya antes de contraer matrimonio Helena le había prometido a su futuro esposo que sólo habría un desgraciado en este enlace y que precisamente no sería ella. “La misma noche de la boda, el general se llevó a su joven esposa a una dacha cercana a la frontera persa. Era el 7 de julio de 1848. Durante el viaje, Helena intentó sobornar a un cosaco de su séquito para que la llevara a Persia. Denunciada, fue considerada desde ese momento como prisionera. La encerró en la dacha día y noche, vigilada día y noche por los soldados. Intentó seducirla por todos los medios. La joven se resistía obstinadamente, lloraba, injuriaba, rompía muebles y objetos. El general le mandó a administrar severas correcciones por sus soldados. Todo fue inútil. Parecía insensible a los golpes. El general le administró un narcótico, bebió más de la cuenta e intentó violarla. Entonces se dio cuenta que su joven esposa presentaba una anomalía sexual. Transcurridos tres meses, un día Helena burló la vigilancia de sus guardianas y huyó al Tiflis, desde donde avisó a su padre, pero temiendo que éste la devolviera a su esposo, embarcó en un velero hacia Constantinopla y de ahí a Egipto...”.

Esta anomalía sexual se debía según un certificado médico que la propia Helena dio a conocer más tarde, a una caída de caballo que le había provocado un retorcimiento congénito del útero. Citándola: “no he podido tener nunca relaciones con un hombre porque me falta algo y en su lugar hay una especie de pepinillo retorcido”. Mucho se ha discutido sobre su sexualidad y se ha pontificado sobre sus preferencias en el terreno. Sin embargo el caso de Blavatsky se inscribe en la larga lista de personajes ocultistas que padecieron desarreglos similares, como por ejemplo el gran Aleister Crowley. El esoterista inglés hizo escuela con su iluminismo sexual, práctica controvertida que le valió la condena popular. Aunque Blavatsky no llegó a tales extremos, sí se encontró perturbada por esta deficiencia, que le causaba grandes desequilibrios en lo personal. Deberíamos preguntarnos si el desarrollo de cualquier facultad paranormal trae aparejado una atrofia o alteración en el aspecto sexual o si todo se reduce a mera casualidad.
Fuente:

Fuente: http://www.enigmasymisterios.net/nspip/article335.html


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