Mario Roso de Luna - El Mago de Logrosán
El Tesoro de los Lagos de SomiedoMario Roso de Luna, 1872-1932, fue un brillante erudito español, reconocido como uno de los esoteristas más importantes de su país. Además de sus aficiones ocultista, Roso de Luna estaba versado en astronomía, ciencias fisicoquímicas, filosofía, derecho además de letras. “Como astrónomo descubrió un cometa que lleva su nombre”.
Al iniciarse el siglo XX, el extremeño se adhirió a la Teosofía, destacándose como uno de sus más importantes impulsores dentro de la Península. Ferviente seguidor de las teorías de Helena Blavatsky, Roso de Luna, legó a la posteridad innumerables obras en concordancias con esta doctrina, que lo consagraron como de los escritores más notables de su época, aunado a una pluma exquisita y sensibilidad especial para trasmitir sus ideales teosóficos.
Del mago de Logrosán, como fuera bautizado por sus contemporáneos, elegimos estos pasajes que corresponde a unos de sus más notables trabajos, “El tesoro de los Lagos de Somiedo” (1916), fiel representación de nuestra crónica subterránea diaria, acerca de una biblioteca oculta en una cueva de Alicante.
-Hijo mío: los tiempos predichos por el gran Qú-tami, el caldeo de hace treinta y tres siglos, han llegado ya. Sabed que no vais, no, en busca de un tesoro, sino de dos: uno, en barras de oro¡ el otro, que vale infinitamente más, en hojas divinas de inmortales libros. Y no vais, sino que se os lleva, bajo el dedo del karma, o de la ley, por la necesidad de que os preparéis a que sea cumplida en nuestros días una de las más grandes revoluciones del pensamiento humano, iniciado por Helena Petrowna Blavatsky, nuestra Maestra. Desde los felices tiempos de la Edad de Oro y de la primitiva religión luni-solar o Jaína, en efecto, hasta hoy mismo, la santa Tradición ario-asturiana no se ha interrumpido en nuestro suelo felizmente; antes bien, una generación de hombres abnegados, y una inconsciente, vilependiada y bondadosa raza de vaqueiros, es decir, de gentes de la Vaca-Símbolo, la ha continuado, sin que lo advierta el ingrato cuanto perverso mundo.
Las señales que vais a seguir para encontrar el viejo Tesoro de Somiedo, no son señales materiales, sino humanas, es a saber, la de los pocos Maestros y discípulos de aquella Fraternidad inmortal, que aún sobreviven, y que pronto habrá de contaros a vosotros dos y a otros muchos entre los segundos. Es a saber, hoy en día, desde los tiempos de nuestro compañero Briones: a Hernán Roberto Frassinelli¡ al gran alquimista Don Augusto de Vera y Brieva, su discípulo¡ al divino Don Hermógenes de Hae, Fae o Faes y Bentivoglio, que está ya por encima de todo 10 humano, y que nos preside¡ a los jóvenes consortes
Briton, en Castro y Almurfe¡ ya ese archivo viviente de nuestra Orden llamado Don Félix de Belda Flórez-Estrada y Palacios de Olmedo, quien, bajo las inspiraciones de Seres aún por encima de los que os he citado, vive, o aparenta vivir, aunque ya por poco tiempo, entre los enhiestos riscos de Somiedo, con la más augusta de las misiones terrestres, y, en fin, hasta hace años, al Padre Briones, mismo, de quien uno de vosotros es sucesor y discípulo, sin aún saberlo, con más mi humildísima persona, quien, en espera siempre de vuestra venida viviese en esta mísera cárcel corpórea, ya hace demasiado tiempo para loque puede soportarse con este viejo lastre material, que felizmente voy a abandonar ahora mismo ... y haciendo un visible esfuerzo para terminar su revelación estupenda.
-El alma, el centro de toda nuestra tradición iniciática, es la antiquísima biblioteca subterránea del Yicus- Tara, o mítico castro prehistórico y mágico de una de las múltiples Taras atlantes. Allí mismo en Somiedo.
Junto a sus lagos, encontrasteis el medio de ... »
El santo asceta no pudo continuar: dobló sonriente y beatífico su cabeza venerable sobre mi hombro, y murió, ¡durmió el sueño del Señor!, en aquel momento mismo, dejando en mi corazón, no un sentimiento de dolor, sino de paz inefable y divina. Quedé, pues, con grandes dudas acerca del emplazamiento concreto de aquel segundo y más prodigioso Tesoro pero algunas de estas dudas me las aclaró nuestro Don Hermógenes diciéndome que la Biblioteca del Vicus- Tara, en lo que hoy sabemos ya es el Tarambico, afectaba la forma exacta de una letra sanscritánica, muy poco comprendida en su simbolismo por los sanscritistas occidentales, estilo Max-Müller, letra que se llama signo lingual védico, o sea una tau o te, con el otro símbolo del infinito o «del ocho» tendido y atravesado por el palo vertical de la tau dicha.
O, en otros términos, que en el propio escusón del documento de Frassinelli, está ¡cosa admirable!, el nombre y hasta el emplazamiento de la Biblioteca; su ocultista y teosófico destino y, para mayor minuciosidad, hasta el plano mismo, o signo lingual, de las de las galerías donde yacen los dos tesoros. Vuestra presencia, querido cronista, no le dejó decir más, amén de lo que me indicó al despedirse de mí, luego por la noche, es a saber: que teníamos que ponernos para el asunto a las órdenes del bibliotecario de Sorniedo, Don Félix, quien se hallaba en Oviedo a la sazón. Lo demás ya lo sabéis, como también el efectivo riesgo que, por unas cosas y otras, hemos corrido de no dar cima a nuestra empresa.
-Así, pues-terminó Miranda-, dado que esta galería ascendente, forma el tronco de repetida tau (ya que en ella hemos encontrado el tesoro) y que el símbolo consiguiente del infinito, u ocho tendido, le demarcan el lago de Ca-Mayor y estotro lago subterráneo, es ya evidente que, metros, más arriba, debemos encontrar el palo transversal, representado por la misteriosa Biblioteca de Tara.
Aprovechemos, os ruego, por tanto, el sueño de nuestros dos amigos, aun no preparados lo bastante para estas cosas de Ocultismo, que les serían hoy quizá de más daño que provecho, y visitémosla en seguida.
Así lo hicimos, y tras una subida un poco fatigosa, por recta galería abierta a pico en la caliza, llegamos, bajo la línea misma de los peñascos del Tarambico, a una espaciosa antesala que servía de punto de intersección entre los dos palos vertical y horizontal de la toa roquera. Allí nos encontramos, de buenas a primeras, con dos sorpresas a cual más grata: una la de los argentados rayos de la Luna, vecina ya a su plenitud, y que se filtraban indescriptibles por grandes piezas de gruesos cristales de factura primitiva, pues podían curvarse para despedir la nieve al modo de aquellos famosos vidrios maleables y elásticos de la antigüedad, cuyo secreto se ha perdido.
Rodeadas las cristaleras de peñascos inaccesibles, sólo desde aeroplanos podrían ser vistas. La otra sorpresa era la de una originalísima conducción de agua caliente que, brotaba no sé de dónde, al modo del manantial termal que hay en el Puente del Inca, en los Andes argentinos, y que, rodeado siempre de nieves, mantenía constantemente, sin embargo, una temperatura de quince a veinte grados centígrados en el interior del recinto.
-Ahora me explico-observó Pacheco-el cómo mi tío pudo pasar estudiando en este santuario los días más crudos del invierno, bajo una temperatura constante, muy superior a la de su despacho de Somiedo. ¡Esto parece ya cosa como del otro mundo!
En efecto a derecha e izquierda de aquella rotonda se sucedían cámaras y más cámaras, algunas semejantes en disposición al salón-biblioteca del Ateneo, y otras aún eran mucho más regias y mayores, adornadas de un modo incomparable. Los libros más raros, en lenguas incomprensibles veíanse allá dispuestos ordenadísimamente con métodos de bibliotécnica en absoluto desconocidos por nosotros, a base de la Ley del Árbol, que es la ley universal de la vida entera de todos los seres. No era cosa entonces de puntualizar aquellas maravillas, que unas a otras se sucedían, sin tregua, pero bien pronto notamos que las preferencias, en e1 emplazamiento de los libros, estaban dadas de mayor a menor y de antiguo a moderno: Primero lo relativo a la Humanidad; por bajo, lo de cada diversa Raza; luego lo de las naciones, y por último, lo de cada región española en particular para acabar por Asturias ... ¡que enseñanza para esos disfrazados egoístas que invierten las cosas, poniendo antes su región que la Patria, y la Patria que la Humanidad! A bien que, en su inopía moral, todos llevan su kármico castigo...
En un lugar reservado y liadísimo tropezamos, llenos de emoción religiosa, con archi-prehistóricos manuscritos y pictografías en. Hojas de palmera: preservadas del agua, el aire y el fuego por procedimientos alquímicos relacionados con el amianto, e ignorados por nuestros sabios modernos. Más que libros, parecían ellos símbolos augustos, para nosotros dos, y aún para Miranda, perfectamente incomprensible todavía. Nuestro jefe casi de rodillas ante aquel tesoro de tesoros y con voz velada por la emoción, nos dijo:
-Aquí tenéis, ¡oh fortuna increíble!, en este libro solitario, que vale solo por todos los otros, una copia de Las Estancias de Dzyan; la reliquia simbólica, poética y mágica que sirviese de base a La Doctrina Secreta de nuestra H. P. Blavatsky ... Aquí tenéis también, en lugar más inferior, pero excelso, al Siphrah Dzenioula; La Alada Serpiente Antigua, en copia hebreo-samaritana de judíos españoles iniciados, contrarios a su propia y degradada, religión oficial. Ved en esta reproducción el documento más antiguo, casi, referente a la Sabiduría Oculta. Ved reproducida en él la célebre lámina representando a la Esencia Divina emanando del Adán-el-Kadmon a manera de arco luminoso que, después de llegar a la Gloria superior, retrocede y vuelve a la tierra llevando en su vórtice tipo de Humanidad superior que, al caer en curva hacia el planeta, se vuelve negro como el abismo. Ved más allá versiones completas del Tripitaca buddhista del Shu-King chino; de todos los Vedas, Puranas y Brahmanes, del primitivo y después falseado Libro de los Números caldeo, del que es lamentable reducción el Pentateuco; de los sagrados libros zendos; de los millares de tratados que llevan el genérico nombre de Libros de de Hermes, alma de todos los himnos védicos, órficos, salios, bárdicos, arbales, etcetera, con sus arcaicas y archi-indescriptibles notaciones musicales. Ved también el primitivo Sepher- Yetzirah de Rabbi Ieshouhuas ben Chananea, libro atribuido en su origen al patriarca Abraham y obrador de milagros, al modo de todos aquellos otros, libro, asimismo, del que hiciese el suyo prodigioso nuestro Simeón Ben lochai libros todos, en fin; en los que no sé bien qué admirar más, si la riqueza y el número o la sapientísima selección, con la que ellos han sido escogidos entre lo más inmaculado de la doctrina primaveral aria, antes de mezclarse y corromperse con la llamada Cábala Occidental, de triste levadura atlante de la época de la caída, y con el semitismo fálico que después sobrevino.
-Estos libros de estotra sala, son ya todos españoles-dije lleno de asombro y alegría.
-Sí-añadió Pacheco-, o yo me engaño o aquí tenemos algo muy extraordinario.
-En efecto-respondió Miranda examinándolos amoroso -. Estos tomos son todos árabes según sus portadas, hechas por la propia mano de Don Alfonso el Sabio, el rey-iniciado. Muchos de ellos son versiones aljamiadas, tales como la de la gran obra de Qú-tami, el Adepto babilónico, en el siglo trece antes de Jesucristo, al que parece haberse referido su tío Don Félix en sus vaticinios. Esta obra, por los árabes españoles traducida, ha sido, a su vez, vertida al inglés en el siglo pasado por Cwolsohn, bajo el título de Nabatean Agriculture, y contiene también la base de la obra de Blavatsky- Estos otros legajos son siete tomos de una Ampliación ocultista a las Etimologías de San Isidoro, y cinco más a la Summa teológica, aljamiadas también. Estotro, en lengua que me parece púnica, debe ser el Periplo del ante-cartaginés X*** en torno de toda la Atlántida, y esotro las claves ocultistas del Poema de Festo-Avieno. En estotra anaquelería me figuro adivinar detalles de más de cien sucesivas escuelas iniciáticas ibéricas, de las que no tengo la menor idea, y entre los que descuellan esos en latín y en vascuence, que me parecen documentos de la escuela sertoriana de Osea, donde espigaran reprensiblemente, sin decirlo, Lucano, Columela, Quintiliano y Pomponio, los Balbos, los Sénecas y demás autores del siglo de oro hispano-romano.
Estotros libros, que sumarán cerca del millar, pertenecen a su sucesora la divina escuela priscilianista, por siempre incomprendida cuanto bendita, mientras que los de aquel lado corresponden al tesoro de los judíos desterrados por Sisebuto, y a una fraternidad de bardos nórtico-visigóticos, entre ellos el rey Don Rodrigo, que fue de donde salió la leyenda de sus fabulosos amores con Flo-rinda, fraternidad que, tras la catástrofe, se enlazó con las de la Reconquista, con hombres como San Fructuoso, el de los dados, y el obispo Masona, cuanto con las propias del califato, con lbrahín de Bolfad, Abu-Amer, el Dianense y los centenares de los caballeros Rabidas o Rábitos, que más de uno, aún siendo moro, recibiera la iniciación secreta en las astures criptas, tales como lbu Jaldún, el tunecino Abu-Zacaría, Abl1-Hanifa el polígrafo, y las tres Gracias, de Aixa, Cadija y Wallada, esplendor del Califato, superiores a la tan alabada Marien Alfaizuli. Más de un códice de los dos mil del Escorial son mutiladas copias de estotros libros de Ben-Jaldín, el traductor español de Las mil y una noches.
El geógrafo El Edrisi, el supremo lbu Nasarra, precursor de aquellos Tofail, Bengabirol, Avi-Cebrón y Aben¬pace, quienes en la Atenas cordobesa parecían reencarnaciones de los Amonios-Sacas, los Platinos y los jámblicos, gnósticos, en unión de los alquimistas poetas Abul Rassern, Abenzoar y Abuscasim y Oeber, cuyo tratado de matemáticas es superior y anterior al de Vieta en el que se dice naciese el Algebra. Veo asimismo las obras originales de Lulio; los enreveresados textos de Arnaldo de Villanueva, y hasta la biblioteca entera de Enrique de Aragón, marqués de Villena, biblioteca que se dijo falsamente había Sido quemada por herética.
Veo, en fin, la Clave de la Sabiduría del Rey-sabio: la Música química, de Nicolás de Flamel y de Carrillo de Al noz¡ las obras cabalIerescas de Clemencia Isaura, fundadora de los Juegos Florales y del gentil Ausías March¡ quien no cayó, como otros, en esa peligrosa teoría de las almas gemelas, que acarreasen, sobre los tan simpáticos como tan equivocados trovadores, la catástrofe albigense y, en fin, los estatutos de la Orden de la Banda, sus juicios sobre los naipes y el desdoblamiento astral de Don Juan de Mañara, base de El Estudiante de Salamanca esproncediano, libros todos que son copia fiel, cuando no los originales mismos, de cuantos fanáticamente quemase Cisneros amén de más de quinientos legajos con las primeras obras de sapientísimos frailes, quienes como Sahagún, el Padre Durán, etcétera, llegase a iniciarse en los perdidos secretos de mayas, nahoas, aztecas y méxicas¡ destacándose curiosamente las obras alquímicas de Pedro Alonso Barba, que cayesen en manos del químico Carracido, sin que este sabio sacara de ellas el partido iniciático que luego sacase nuestro alquimista de Cudillero.
Avanzando después por la izquierda, llegamos a otras estancias, ya hasta suntuosas, que terminaban en doble escalera, uno de cuyos tramos descendía, acabando por hacerse de exploración imposible, mientras que el otro tramo conducía a una especie de terraza o torrecilla sobre los Picos Albos, desde la que se dominaba, cual desde una atalaya, todo el panorama sublime de aquellos valles y montañas de la Bovia, iluminados por la luna.
-Esta es la atalaya, morada de las míticas atalayas astures, las mudas testigos de todas nuestras glorias pretéritas, que se han sepultado en la noche de la Historia, y cuyo recuerdo, a no ser por ellas, habría sido raído para siempre de sobre la faz de la Tierra. Ellas conservan, en efecto enterradas como veis en sitios, para las gentes vulgares, inaccesibles, las pruebas más elocuentes de las civilizaciones que fueron; los restos de mil. Imperios gloriosos que consumidos fuesen «cual verduras de las eras-.
Ellas son, en fin, esas lucecitas cárdenas que los mortales han creído ver más de una vez desde abajo, llenándoles de terrores apocalípticos porque ellas, las atalayas, no son, en suma, sino hombres y genios de mil procedencias evolutivas, tipo Don Félix de Belda, que muriesen ya para la pasión y renaciesen para la sola contemplación de La Luz Astral y sus misterios, memoria fiel de la Naturaleza y archivo eterno de todo cuanto ha sido.
Eran ya cerca de las dos de la madrugada, y pudimos consagrar poco tiempo, por tanto, a la inspección de los demás recintos del brazo derecho de la tau que se dirigía hacia el otro lado. Aquello no era, en verdad, cosa de unas horas, sino de largos días, aunque sólo fuese para poder leer los rótulos de libros y de legajos en clara letra española escritos, según Pacheco, de la propia mano del bibliotecario, su tío. Estábamos ya, en verdad, medio ebrios de lecturas cuanto de emociones.
Allí, en efecto, hubimos de ver, en rápida ojeada, con rotulaciones genéricas monasterio por monasterio, los legajos de los doscientos o más que han existido en Asturias, legajos de inestimable valor para la nonnata historia del Principado, todos ellos rotulados de letra del propio Frassinelli. De pasada, sólo, pudimos curiosear los tres millares de cuartillas de este último, bajo el título de “La primitiva lengua hispánica y el latín de los siglos medios”; otra con centenares de preciosos dibujos sobre El Arte románico en Asturias, una tercera y muy misteriosa Y todavía sin titular, de la que Miranda se prometió hacer un ulterior estudio, una cuarta sobre Los Cainos o jinas astures, y una quinta sobre misterioso asunto de ocultismo español, por hoy, irrevelable en absoluto.
También vimos, con el mayor asombro, obras desconocidas de Mitología asturiana que eclipsaban a las corrientes de otros países: a las de Campbell y de Deenay, inglesas¡ a la rusa de Krassoff¡ a las francesas de Coquin y la Salle¡ a la griega de Ridgeway¡ a la macedónica de Abbott¡ a la escandinava de Pineau¡ a la italiana de Michelis, y a las alemanas y austríacas de Friedel, Schmitz y tantos otros, pues que, a más de los trabajos de Albuerne, Agüero, fuertes Acevedo, Arias de Miranda, Laverde, Cas¬tañón, Arango, Pidal, Canella y Acevedo Huelves, encontramos toda la Biblioteca Asturiana, de González Posada, enaltecida por Bartolomé José Gallardo; la de Alfonso de Proaza,en 1505, bajo el título de Exposición del Lulismo y Sergas de Esplandián; la de Antonio Juan de Bances y Valdés, sobre Pravia¡ la de un anónimo discípulo de Hamilton sobre Pesca del salmón y de la trucha; otra anónima sobre Los pueblos argivo-astures lunares, frente a los solares cóncanos; otro poema anónimo, en latín, émulo del de festo Avieno, y titulado Ore Astúrica; otra larga reseña anónima sobre la Abydos astur, relativa a la región cóncano-vadínica¡ las obras de Melchor García Sampedro de Quirós, protomártir en el Tonkín¡ manuscritos inéditos del P. Carvallo¡ la Chronica de los prlncipes de Asturias y Cantabria, del P. Soto, desde antes de 1388, en que para con¬memorar la paz entre Juan I y el duque de Lancáster se crease la dignidad de Príncipe de Asturias en favor del primogénito del Trono¡ los Romances tradicionales de Asturias, de Amador de los Ríos; todos o la m parte de los originales inéditos de Schultz; una Colección comenta' las herejías y otra de los Concilios ovetenses; las actas de la Junta de fensa del Principado, contra Napoleón; las cartas-pueblas y fueros de das las villas del Principado; el Adefonsi principis librum; el Libro Gótico de Pelayo, obispo de Oviedo, y antecedentes de otros obispados más antiguos en Asturias; el Libro Becerro, de San Pelayo; las Reglas colorada y blanca, y el libro misterioso de Los Calendas; las crónicas; todos los reyes hasta el traslado de la Corte a León; la Albeldense, la de ltacio y la de Dulcidio; el Liber chronicorum ab exordio mundi u Era MCLXX, alabado por Risco y Nicolás Antonio; el Libro gótico de testamentos; los Linajes, de Diego Abad; las Constituciones de la Iglesia de Oviedo; los Diezmos sobre las ballenas que se cogían en Candás y Luanco; la biblioteca de Tirso de Avilés y Hevia, y de Hevia Bolaños; las Diez y siete cartas de Pedro Méndez de Avilés, el de la Florida; las ocho de Menéndez Márquez; los libros de Proaza, el teósofo comentador de Lulio; los libros de Pedro Menéndez Valdés, y, en suma, cuantas cataloga el ínclito Máximo Fuentes Acevedo en su Bosquejo bibliográfico, y muchísimos otros ignorados por la bibliografía de Occidente.
Todo esto sin contar con verdaderas pirámides de música religiosa; apuntes pictóricos con cargo a mil rincones de Asturias, y de poesías en bable que eclipsaran a las propias de Teodoro Cuesta. Aquello era a brasa, enloquecedor, aplastante ... Con pena de nuestro corazón tuvimos que hacer punto final en nuestras lecturas para acabar de recorrer a buen paso la llana y bien cuidada galería que seguía por la rama derecha de .. Biblioteca, declinando suave hacia el pueblo del Valle del Ajo, según marcaba la brújula y el podómetro, después de haber salvado la extraña anfructuosidad estudiada de intento en el trazado de aquellas galerías para que ningún profano entrase por la parte que se correspondía más allá con la boca de la cueva del Tarambico, cosa imposible, por otra parte, merced al frío astral que reinaba en el punto de entronque cuyo suelo además tenía alguna agua hacia la derivación dicha.,
Pronto, con luz ya del alba, alcanzamos el boquete minero de salida sobre el pueblo del Valle del Ajo que días antes nos llamara tanto la atención, merced a los relatos que Pacheco nos hiciese acerca de las inexplicables escapadas y ausencias de su tío, escapadas que ya no cabía duda eran hacia la Biblioteca de Tara, cuanto por las leyendas de la fiera corrupia por Pachón referidas. .
De repente, la luz de mi lámpara brilló como sobre dos grandes estrellas metálicas.
-¡Una bicicleta!-exclamé asombrado.
-¡Y unas, bien singulares, madreñas!-añadió Miranda, que se había separado hacía el risco inmediato de fuera ya de la cueva-o Y en verdad que estos ocultistas emplean a veces para despistar al vulgo, ignaro e, intempestivo siempre, expedientes tan jocosos como peregrinos. ¡He aquí las dos auténticas patas de la fiera corrupta!-terminó, mostrándonos al par dos enormes madreñas cuyas plantas estaban talladas en forma de garras de fiera.
Ante semejante artefacto, los tres soltamos la más franca de las carcajadas.
-Sin duda que mi tío calzaba estas madreñas al entrar en la cueva, y luego, para mayor comodidad, tomaba veloz carrera con la bicicleta hasta penetrar por esta parte en las salas de la Biblioteca-exclamó Pacheco, satisfecho como el que resuelve al fin un arduo problema.
-Bicicleta que le va a servir a este nuestro amigo cronista, que es ciclista consumado, para retroceder hasta nuestro punto de partida y tranquilizar, si es que han despertado, a Narcés y a Clodomiro, mientras nosotros apuramos la exploración saliendo por la boca del Tarambico.
Nada más grato para mi capricho infantil que el encender el farolillo de la bicicleta y, cual nuevo Don félix de Belda, escapar, a todo pedal, galería adelante. ¿Quién, sino aquel gran hombre y yo, podría, en efecto, gloriarse de haber corrido en bicicleta por los misteriosísimos senos de la Bovia de Somiedo? ¡Sólo un hombre que se hubiese visto, como yo, tres veces ya bajo el Misterio de sucesivos eclipses!
No hay que añadir que en un momento estuve en la sala central, donde dejé mi máquina, y bajando por el crucero perpendicular de la admirable tau del Vicus- Tara, llegué al lado de nuestros dos amigos Narcés y Clodomiro, quienes roncaban todavía como si no estuviesen en la antesala misma del más rico y misterioso palacio de todas las Asturias ...
Fuente:
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