Las sensaciones placenteras a nivel físico modifican nuestro ánimo.
Caricias, masajes, abrazos; son la mejor terapia para los desequilibrios emotivos. Las terminaciones nerviosas de nuestra piel envían señales al cerebro; éste libera ciertos compuestos que benefician no sólo nuestro estado de ánimo sino que pueden detener o incluso curar ciertas dolencias.
Esta afirmación fue principalmente descubierta y comprobada en los bebés y niños pequeños. En el caso de los recién nacidos se descubrió que, para la supervivencia y el desarrollo, la comida es tan esencial como las caricias.
Niños en estado crítico -por ejemplo en terapias intensivas- tuvieron una recuperación mayor cuanto más acompañados y acariciados fueron por sus madres o por alguna figura sustitutiva, igualmente afectuosa.
El poder de las caricias, el contacto físico con las personas que amamos son bienes a recuperar dentro de una sociedad cada vez más ligada a los objetos y a la tecnología; esta “terapia” tan simple puede bajar la ansiedad y los efectos destructivos del estrés.
La piel es nuestro sistema nervioso exterior que nos comunica con el medio ambiente y con los otros. Por lo tanto, ciertos estímulos como las caricias resultan altamente beneficiosos para la salud física y psíquica. El contacto de los seres humanos facilita cambios positivos de comportamientos motores, emocionales y de atención, favoreciendo el equilibrio y propenden al buen humor. Por lo tanto, en pos de una mejor calidad de vida, la consigna ha de ser: “Hay que acariciarse más”.