Nuestro vehículo físico, fuente de grandes experiencias dolorosas y placenteras, instrumento de interacción y relación, puede ser una inacabable herramienta de aprendizaje, pues, cada enfermedad simboliza algo que trasciende a lo orgánico, o, dicho de otro modo, cada experiencia no vivida en la consciencia se manifiesta a través de una dolencia corporal. Se puede trascender el cuerpo y sus mensajes, pero lo que no se puede es evitarlo, obviarlo. La única forma de trascenderlo es partir por habitarlo, plenamente, sin zonas contraídas, sin elásticos engramáticos a un pasado que ya no está.
El cuerpo es, debe ser, repetimos, como el elemento Tierra, tiempo presente. Mientras no lleguemos plenamente a ese presente, habitando el cuerpo como un camarada que nos permite una vasta gama de experiencias reales y actuales, el cuerpo puede mantenerse como una permanente molestia o limitación a lo que queremos para nuestras vidas, o para alcanzar cualquier meta más allá de él. Se puede alcanzar ese presente tanto a través de terapias corporales como a través de la observación consciente de las propias reacciones. Así, el cuerpo puede convertirse, de refugio contra la hostilidad o adversidad, en un verdadero hogar desde donde irradie el ser. Dice Krishnamurti que la inteligencia es la percepción de lo que es; y esa percepción se obtiene mediante la atención, no mediante el esfuerzo de atención. “Un esfuerzo de atención es ego, no es atención”