Todos necesitamos, en un momento u otro dirigirnos hacia lo que ya conocemos. Se trata de un procedimiento espontáneo que forma parte de los mecanismos de defensa naturales, a través de los que encontramos la tranquilidad que nos ofrece recorrer los caminos conocidos. En nuestros primeros años de vida experimentamos ciertas situaciones, encontramos determinados estilos de relación, adquirimos confianza bajo específicos patrones de comportamiento propios y también asociados al ambiente que nos tocó en suerte, y de todo ello construimos inconscientemente un patrón: el que expresa el signo o la configuración de planetas asociados al dominio del Fondo del Cielo, el punto de la medianoche de nuestro mapa natal, la zona más oscura para la conciencia y el refugio hacia el que nos dirigimos cuando nuestro camino es regresivo.
En nuestras vidas podemos ir hacia lo que podemos ser o bien encaminarnos una y otra vez a lo que ya hemos sido. Resulta inevitable y es muy normal precisar de vez en cuando la tranquilidad que nos ofrece pasear por territorio ya explorado, mas sin embargo convertir la repetición de lo mismo en una actitud crónica e inconsciente puede llevar a que lo que nos fue útil y puede siempre serlo se convierta en una disposición estéril, mecánica, sin sentido, por la que huimos de la necesaria exploración del conjunto más amplio de lo que nos pertenece -cuando menos, como potencial. Las características astrológicas del Fondo del Cielo pueden explorarse psicológicamente en esa doble actitud: o bien como un refugio natural destilado desde las primeras experiencias infantiles, al que acudimos con franqueza y hasta sentido del humor cuando vienen mal dadas, o bien como una compulsión inconsciente que se dispara en situaciones ante las que nos vemos incapaces de inspirar una nueva conducta, de enfrentar un desafío distinto o de atrevernos simplemente a ser lo que también podemos. Cuando el signo o los planetas del Fondo del Cielo actúan como indicaciones del camino regresivo hacia la compulsión, el automatismo y la defensa inconsciente de nuestras posiciones internas infantiles, entonces es cuando más necesaria resulta la conciencia de lo que para nosotros señala el Medio Cielo. En nuestra carta está también el antídoto por el que nuestra voluntad puede salir del encierro al que acudimos sin conciencia cuando tendemos a instalarnos con demasiada facilidad en la repetición mecánica y angustiada de los mecanismos de defensa que construimos cuando fuimos niños. Siempre estarán ahí, pero cuando nos atrapan y se apoderan del destino, entonces estamos siendo sólo una parte de lo que somos. Somos tan sólo lo que fuimos, como si el árbol de nuestro destino sólo supiera aferrarse a sus raíces. También puede crecer.