En toda carta natal existen los mismos elementos: diez planetas, doce signos, doce casas. Ninguno de por sí es bueno ni malo, y se combinan en cada individuo de una forma única: todos tenemos a un Júpiter expansivo afectando algún ámbito de nuestra experiencia y a un Saturno sombrío ofreciéndonos enseñanzas difíciles que hay que asumir en algun área de la vida. Si algo importante puede aportar la astrología es justamente reconocernos como seres distintos y únicos, con tareas personales específicas que nos corresponde enfrentar y sobre las que la responsabilidad individual debe ejercerse. Veo, sin embargo, que a veces la consulta astrológica permite descubrir el sentido de una tendencia que el consultante conoce pero no ha podido reconocer con conciencia, y al hacerlo, tiende a identificarse con ella de una forma más estrecha, como un mérito personal, un don único o una tarea especial desde la que por un lado puede empezar a mirar a los demás desde no se sabe bien qué injustificada altura. Eso no tiene demasiada importancia pues lo más probable es que a no tardar mucho la realidad y los otros lo pongan en su sitio. Lo que me parece más graves es que esos descubrimientos contribuyan a enfatizar una parte de lo que se es en detrimento de otras que pueden ser dejadas en segundo término, y que son también parte de nuestro potencial y de nuestro destino. Existe el riesgo de identificarse con una parte y perder la perspectiva del todo que nos conduce. Eso habría que evitarlo, y extender en la consulta astrológica la conciencia de que nuestro mapa natal debe verse como una totalidad que incluye también sus áreas desiertas, y sobre todo, aquellas facetas que nos resultan más difíciles. Enamorarse del propio ascendente, iluminarse desde el ámbito de nuestro Júpiter natal, guerrear con el entusiasmo febril del Marte que nos invade o ilusionarse ilusoriamente con las nubes visionarias de Neptuno son errores de perspectiva que nos limitan y que exaltarían los riesgos de la astrología anulando sus virtudes. Lo que importa realmente es verse como un todo.
Un beneficio de la consulta astrológica es que contribuya a la desidentificación con la parte o los aspectos de nosotros mismos que más nos gusten o con los que nos sintamos más cómodos, y contribuya a revelar cuáles son aquellos que escondemos tras ellos, pues al hacerlo estará facilitando el desarrollo íntegro de uno mismo y promoviendo que se alcance la plenitud, viviendo lo que somos al completo. Somos todo, la carta lo incluye y lo representa. No hay en ella un patrón preconcebido sobre qué nos corresponde vivir, ni criterio alguno de normalidad, patología o excelencia, sino el reflejo -que puede devenir consciente al estudiar nuestra carta- de una misión distinta para cada uno, y que está indicada simbólicamente en nuestro mapa natal. Tendemos sin embargo a vernos según las lentes que nos ofrece el mundo en que vivimos, los prejuicios de la época, las teorías psicológicas más o menos de moda, los estereotipos y patrones culturales... La propia comodidad, la renuncia a ser lo que somos, la obediencia a los condicionamientos, todo eso coloca la mirada astrológica en desventaja y nos priva de una herramienta tan antigua que su origen se ha olvidado o es inaccesible, sea cuál sea -y ahí hay otro misterio de esos que me estimulan. Conviene que aprendamos a vernos como una totalidad implicita que está por desplegarse, y que no es igual en cada uno, sino específica y única. No sirve nada que no sea enfrentarse honestamente a la propia verdad, en su dimensión completa, sin identificarse con un fragmento de la semilla que somos, por estimable que el fragmento resulte: ésa es una obligación que nos merece. Facetas distintas, matices distintos, imperativos únicos: a eso deberíamos obedecer libremente.