Cuando dos seres se encuentran hay dos partes en ellos que buscan y entablan la comunicación: el Ser y la parte humana: el ego. El Ser no necesita en realidad establecer la comunicación, porque se reconoce a sí mismo en lo que el ego llama “el otro”. Para el Ser, no hay otro, es sólo una corriente de vida. Es su expansión. Para el ego, sí hay otro y ese otro viene con otro ego. Ambos egos, por definición, están heridos. Porque ego es el yo falso que se nutre de las voces interiores heridas en continua cháchara: no valgo, no soy bastante bueno, no estoy a la altura, o estoy por encima, estoy por debajo, soy más, soy menos, soy bello, soy feo, etc. El ego cuando ve a otro ego inmediatamente se pregunta: ¿qué puede darme este humano? ¿Qué puedo obtener de él, cómo puede completarme, salvarme, nutrirme, darme más identidad? El Ser, el yo verdadero que sustenta cualquier forma de vida, se hace otra clase de pregunta cualitativamente diferente: ¿qué puedo aportar a este “otro” humano (otro es sólo una palabra que usa el ego) qué puedo brindarle, cómo puedo nutrirle, cómo puedo cuidarle y embellecerle, sin esperar nada en absoluto a cambio y sin sacrificarme? ¿Qué puedo aportarle aunque su forma externa no le guste a mi ego hambriento, a las expectativas de mi ego herido? Si dos personas van a un encuentro ligeros de toda demanda, de toda expectación y fantasía “sobre cómo deberían estar ocurriendo las cosas”, y aparcan por un momento sus egos hambrientos de atención, sus ansias de salvación…entonces ocurre la Belleza. Dos personas se encuentran desde el Ser y el Ser quiere dar porque en el dar incondicional ha encontrado su poder. El Ser jamás puede decirle a otro: dame determinada cantidad de amor y de esta manera que es lo que mi ego conoce y considera ser amado y atendido. El ego hambriento de atención es el que entabla la relación desde la demanda de sus expectativas. A los 20 minutos, dos días, o dos años, el ego se da cuenta que el otro no está haciendo lo que “debería” y es cuando comienza el reproche: no eres lo que yo deseaba o esperaba. Pero el yo que desea en la mayoría de las personas no es el Ser, sino el yo egotista. Si miras el encuentro entre dos flores en un jardín, no verás que ellas tengan un ego humano que piense: “esta señora flor que se ha creído, ¡pero haberse visto, qué desagradecido!, con todo lo que yo le he dado”. Si una tarde calurosa de verano, te refugias bajo un árbol, cuando te vayas el árbol no ha pensado: ¡pero bueno, le he dado mi sombra y siquiera lo agradece!. El árbol te la dará en su plenitud, sean cuales sean tus sentimientos hacia el árbol. Te está amando sin apego. Ningún animal que ya haya superado el peligro de la depredación tiene esta clase de dialogo interno. Cualquier forma de vida sin ego ya sea animal o vegetal, se comunica desde la Belleza. Es Belleza conversando con Belleza. Esta clase de comunicación no es carente de pasión, todo lo contrario, tiene la verdadera pasión del Ser que es amor sin demanda. El ego considera que si pierde identidad, pierde fuerza y pasión la vida. Pero el ego es todo lo contrario a la Vida. La Vida es la Belleza inherente a todo ser sintiente. Cuando dos humanos se comunican desde el Ser, nada puede salir “mal”, nada es “esto no debería estar ocurriendo”, nada es “esto no es lo que yo esperaba”, nada es “esto no es lo que me prometiste” porque el Ser sólo pregunta: ¿en qué puedo ayudarte? Y esta es la verdadera magia del amor que está presente en toda la Naturaleza. La flor se ha iluminado para ti y en esa cumbre de su Belleza, exhala su perfume seas o no testigo de ella, le des o no… tu perfume.