La Astrología clásica y tradicional ha establecido que tener planetas ubicados en las Casas VI, VIII y XII no era un buen augurio para tener una vida tranquila, feliz, apacible y regalada, sino más bien todo lo contrario. Desde Ptolomeo, si alguien nacía con varios planetas situados en al menos dos de estas Casas aseguraba una vida compleja al nativo, llena de dificultades en relación con la salud (Casa VI), la muerte (Casa VIII) y la cárcel o el aprisionamiento del individuo en un terrible Fatum que condenaba al sujeto a la mala suerte en cualquier cosa que hiciera, porque se creía que el nativo era sólo un juguete de los dioses (Casa XII). Es evidente que los tiempos han cambiado y que la filosofía, la fe, la religión, la ciencia, etc., todos los campos del conocimiento humano han evolucionado y se han transformado, incluyendo apreciaciones sobre lecciones kármicas o trabajos de introspección psicológica que tienden a buscar una explicación que vaya más allá del terrible "Destino" de los antiguos. No obstante, con frecuencia veo que mucha gente que tiene estas tres Casa algo pobladas, y en función de los aspectos que presenten los planetas, cuáles sean, si están dignificados, domiciliados, en caída, etc., suelen tener una vida bastante difícil o poco convencional, como si fueran seres aparte que no encajan en la sociedad o a quienes simplemente les cuesta conseguir una vida normal, con trabajo estable, esposa e hijos.
Hay muchas explicaciones posibles a esta situación, pero podríamos decantarnos por tratar de aplicar la lógica del zodíaco y su secuencia desde Aries hasta Piscis. El alma comienza su aprendizaje con la venida al mundo, con el nacimiento, representado por el signo del carnero, y alcanza una mayor dimensión de sí misma en Piscis, donde ha trascendido la carne y la mortalidad y retorna al Paraíso perdido del que el nacimiento le había expulsado. En medio, hay diez áreas de experiencia o fases de evolución que van conformando el ego, lo destruyen y le incitan a buscar una explicación de sí mismo que trascienda los límites naturales de la existencia. En cuanto venimos, pues, al mundo, entramos en la Casa II (la Casa natural de Tauro), donde la urgencia primaria es tener a alguien que nos toque y nos alimente para no desaparecer, más tarde pasamos a la Casa III, donde empezamos a interactuar con los demás y a compartir cosas de manera infantil, luego a la Casa IV, donde vamos comprendiendo que necesitamos sentirnos pertenecientes a algo que nos nutra afectivamente, y de ahí a la Casa V, donde aprendemos a desvincularnos de la familia y a ser nosotros mismos, desarrollamos nuestra creatividad, tenemos hijos y dejamos nuestra huella en sociedad. Sin embargo, luego viene un peldaño con el que la conciencia no contaba. La Casa VI, Casa natural de Virgo, y la Casa XII por ser la opuesta y formar un eje de polaridad, nos enseña a cultivar el servicio, la humildad, la compasión, el sacrificio y poner nuestra energía y nuestro ego, tan bien desarrollado en la Casa V, al servicio de un sistema mayor que nosotros (normalmente el trabajo, en cuanto a la Casa VI, aunque en general nos enseña a vivir en un engranaje en el que nadie puede hacer lo que le dé la gana, o una causa de tipo más espiritual y profunda, en el caso de la Casa XII). Nuestra actual sociedad materialista, que rinde un increíble culto al ego y el yo, a destacar, a ser el mejor y demostrarlo de la manera más humillante que se pueda, raras veces contempla la necesidad de interiorizar lo que significan estas dos Casas, que exigen renuncia a todo eso que la sociedad exige. Y luego está la Casa VIII, que nos enseña a bajar a nuestro infierno más profundo, o de los demás (la Casa XII puede indicar algo de esto también), a enfrentarnos con aquello que más nos repugna de nosotros mismos, y que por ello tendemos a verlo en los demás, a desposeernos de nuestras riquezas y nuestro mundo material (recordemos que la Casa opuesta en la II) y a empatizar con el otro y entender el desapego y la idea de que nada permanece más allá del tiempo que necesite para enseñarnos lo que tenía que enseñarnos. Nuevamente aquí la conciencia se enfrenta a algo que no entra en sus planes, porque resulta difícil bajar tan profundo, tenemos miedo a la muerte nos resulta muy complicado desnudarnos emocionalmente e implicarnos emocionalmente con el otro para conseguir dejar de ser uno y otro y convertirse en un solo ser. Los miedos, los condicionamientos, el miedo a la pérdida, al rechazo, las experiencias traumáticas del pasado... son obstáculos que se imponen como altas torres indestructibles para canalizar la energía que pide el alma que se libere a través de la Casa VIII.
Por tanto, quienes tienen varios planetas en Casa VI ( y depende, como ya he dicho, de cómo esté el planeta en la carta, cuál sea y el signo en que se encuentre) están aquí para servir, y es probable que la vida se ponga difícil cuando eludimos esta misión. Quienes tienen planetas en Casa VIII han venido aquí a experimentar consigo mismos, a ver cómo se pierde lo ganado, a enfrentarse con la muerte como lección vital importante y a perderse y aflojar el control de uno mismo cuando está en una relación de intimidad con otra persona. Y quienes tienen planetas en Casa XII han venido al mundo a poner al servicio de los demás todo su poder, porque de lo contrario se volverá contra ellos, arruinándoles la vida o viendo cómo se va por el desagüe todo lo que edifican una y otra vez (la Casa XII puede hablar también de importante trabajos a realizar con la familia). Todos los que tenemos estas casas algo pobladas en la carta natal debemos tratar de asimilar estas lecciones, aunque por lo general nos negamos a ello, porque la sociedad está educada de otra forma y nos ha educado para sepultar lo que nos dolió y el pasado horrible, a no encarar nuestros complejos y a olvidarnos de que lo pasado, pasado está. Y todo vuelve siempre a cobrarnos su peaje y a reelaborarlo para trascenderlo.
Es por estos motivos que quienes tienen estas Casa pobladas en la carta deberían trabajar por los demás, servir de guías a otros, profundizar en el alma de los demás y tratar de aliviarles el sufrimiento, saber escuchar a la gente y entregarnos al fluir de las transformaciones de la vida. Esto último es quizá lo más difícil, pero cuanto más nos entreguemos a los demás, más llano será el aprendizaje, porque estamos liberando la energía de estas casas. Si no hacemos esto, es probable que no nos vaya demasiado bien, que tengamos poco crédito de cara a los demás o que tengamos que realizar algún tipo de terapia tarde o temprano. Es igualmente probable que somaticemos alguna enfermedad (Casa VI), experimentemos pérdidas inimaginables (Casa VIII) o nos veamos abocados a repetir las pautas de conducta y destino de nuestros familiares (Casa XII). En cualquier caso, si tenemos planetas en alguna de estas casas, estamos capacitados para cambiar algo y ser quienes acabemos con la cadena. Pero hemos de hacerlo por, con, en y para los demás. Tal vez de esta manera comprobemos que nuestra vida se allana y aligera, porque estas Casas piden desprendimiento, y así es como alcanzamos la riqueza de nuestro Ser interior