A lo largo de su historia milenaria, se ha mostrado con rostros distintos, y de todos ellos algo perdura y es posible tomarlo ahora al servicio de nuestro crecimiento como personas completas cuya conciencia de sí aumenta. La astrología fue simiente del conocimiento astronómico, complemento de la filosofía estoica, partícipe de los misterios de distintos panteones mitológicos, integrante de los tantras secretos en el Tíbet, estímulo del pensamiento arquetipal contemporáneo y favorecedora del nuevo florecer del simbolismo... Muchas más son las facetas en las que ha ido labrando su brillo.
Una de ellas se pone hoy en primer plano, y consigue reflejar la luz del día. Los planetas tienen aún el nombre de los antiguos dioses, y toda la verdad que la mitología destiló a lo largo del tiempo está vibrando en el sentido que presentan astrológicamente. En cada uno de nosotros suena de un modo distinto la tonalidad de Júpiter, el eco del viejo Saturno, la dulce canción de Venus o el runrun sin forma del huidizo Neptuno, componiendo la melodía de nuestro destino. Los dioses habitan en nosotros, y cada uno de los signos puede entenderse como el modo en que se muestran en nuestras vidas. Las casas que habitan en cada carta natal son el templo en que debemos rendirles culto. Vista así, la lógica de una consulta astrológica puede convertirse en el descubrimiento de cuál es nuestra propia religión secreta, íntima, personal, única; por la que aprendemos a honrarlos, en el modo específico y siempre particular que el cielo dispuso en el momento de nuestro nacimiento.
Con Plutón en la casa Octava, nuestra vida crecerá sintiendo los misterios de la sexualidad, la muerte y la transformación como la forma en que veneramos al dios de las profundidades; con la Luna en Cáncer en la Cuatro, las rutinas domésticas y el campo de la familia, lo emocional y la compasión hacia los próximos deben experimentarse con la devoción de lo sagrado... Así podíamos seguir, con tantos ejemplos como posiciones planetarias en signos y casas; un modo de entender los mensajes cifrados del conocimiento astrológico es sentirlos como el código personal de lo sagrado. Los dioses viven en cada uno de nosotros, y nuestra personalidad es el templo en que habitan; nuestra vida, el culto que les debemos para ser quien somos. Con una sonrisa, me atrevo a pedir que así sea. Amén.