Cuentan que hubo un fraile q calzaba humildes sandalias allá en los tiempos en que los religiosos cumplían más severamente con las obligaciones de su ministerio. Además, se afirma que vivía una vida llena de austeridad y sacrificio, al grado de que usaba constantemente bajo sus ropas un cilicio alrededor de la cintura. Este sacerdote, por sus virtudes, fue muy querido, pues gustaba de consolar a los pobres y fortalece a los débiles, de modo que su caridad se hizo proverbial entre toda la gente que lo trataba, hasta de aquellos que gozaban de toda clase de privilegios. dicen, pues, que una vez al cruzare por la plaza, tropezó con un sujeto que gozaba fama de incrédulo, quien le dio un empujón, al momento que lanzaba esta expresión: -“apuesto a que el padre don X, no se atreve a tomar una copa con migo”. El padre, con toda humildad le contestó: -“gracias, hijo, y que dios te perdone”- y siguió su camino indiferente. El sujeto aquél, a pesar de su embriaguez, pudo darse cuenta, con profundo asombro, que el sacerdote no tocaba el suelo con los pies, y que más bien se deslizaba a cierta altura del pavimento. Pasó sin embargo esta impresión, u algunos días más tarde sufrió un accidente en su trabajo: Sintiéndose morir se acobardó hasta el grado de que pidió un padre por que iba a morir, Y así lo hicieron los compañeros y cuando este llego le dijo: -“padre, acúsome de haber faltado una vez aun sacerdote y da haberme burlado de él-”. “si contesto el fraile, - ese soy yo. El moribundo se estremeció de terror, y con los ojos desorbitados, viendo fijamente al religioso, exhaló él último suspiro.