Cada vez que una enfermedad o un mal se instala en nuestros organismos, lo primero que hacemos es tratar de saber qué es lo que tenemos y cómo podremos curarlo, para lo que se presentan muchas opciones dentro de la medicina convencional o de la alternativa, pero sea cual fuera el caso, en todos estos tratamientos intentamos revertir o contrarrestar una misma causa.
A veces es bueno no ser tan pragmáticos y tratar de ver más allá de lo que consideramos lógico y entender que también pueden existir causas que están más allá de nuestro habitual razonamiento.
Debe saberse que la aparición de enfermedades tiene una razón elemental, que se sustenta en la armonía que existe dentro de cada ser humano, teniendo como base la esencia de nuestras propias existencias.
La mayor incidencia de enfermedades se da en organismos o espíritus en donde no está establecido un alineamiento perfecto entre el alma, la forma, la vida y su expresión, y también entre las realidades subjetivas y objetivas de nuestras presencias.
Esto nos lleva a comprender que existe una relación bastante profunda, dependiente y simbiótica entre lo espiritual y lo material en nuestros cuerpos.
Cuando no existe una verdadera armonía entre estos factores es que se desencadena lo que llamamos males o enfermedades, pero a pesar de ello, este tipo de experiencias también pueden ser consideradas purificadoras, ya que se trata de una situación liberadora de los malos elementos que se forman y que se generan dentro de nosotros.
Todo esto se puede entender fácilmente si es que hacemos eco de la “Ley de Causa y Efecto” que existe en el mundo físico, pero también en el espiritual, y las enfermedades son solamente el resultado de acciones o del tipo de armonía que existe en cada persona. Es decir, constituye el karma que cada uno posee y que se genera a partir de varios factores propios de cada ser humano.