Érase la historia de un hornero muy trabajador, al que la sonrisa siempre le venía fácil. Además, era un buen negociante: construía su casa, vivía un tiempo allí y luego la vendía
Por su naturaleza jocosa, otros animales le tenían cierto recelo. Hacían fiestas en los bosques y no invitaban al hornero porque creían que se iba a reir de ellos. Así, se juntaban la tortuga, el quirquincho, el avestruz, el ñandú, el conejo, el cuy y la araña y preparaban sus meriendas en compañía de Itoj Pajla llamado el Hombre de Fuego pues en ese entonces era el único que sabía cómo producirlo.
Un día, el hornero les alcanzó en su viaje. A regañadientes, aceptaron que les acompañara, pero le pidieron que no se fuera a reír del Hombre de Fuego porque no era de muy buen carácter.
Al llegar, el Itoj Pajla estaba sentado y a cada uno de los animales les pasaba la olla con comida. Él las ponía sobre una de sus rodillas, haciendo que el agua hierva instantáneamente.
El hornero estaba alrededor del Hombre de Fuego, junto a los otros animales. Sus compañeros, temerosos por su risa, estaban quietos y callados. El avestruz acomodó sus alas temerosamente y el hornero sufrió para cumplir su promesa.
Un gran silencio cayó sobre el lugar cuando el Hombre de Fuego se acercó a servir la comida al hornero. Arrodillóse ante él y puso la olla en su rodilla. El hornero vio que su cuerpo estaba enteramente en llamas y cuando llegó a los testículos, no pudo contener la risa.
- ¿Quién se ríe de mi? – inquirió estruendosamente el Itoj Pajla
Nadie respondió. Temerosos de su ira, comenzaron a retroceder.
- Ahora, se va a quemar todo el mundo.
Del cielo comenzó a llover llamas y todos los animales huyeron. El fuego se extendió por todas partes, persiguiéndolos. La tortuga alcanzó a meterse en el agua y la candela le pasó por encima. Los demás, corrían hacia el mar.
La tortuga jamás salió del agua, convirtiéndose en tortuga de agua. El avestruz cruzó al otro lado del mar, dejando a sus hermanos, los ñandúes, en América.
Luego del incendio, el fuego quedó en los árboles y fue así como, gracias a la risa del hornero y la ira de Itoj Pajla, hoy en día tenemos fuego.