Cuenta la historia de una señora que vivía en la época colonial, Tenía la mala costumbre de enterarse de todo lo que sucedía por la zona de su casa y fisgonear a diario a sus vecinos por la ventanita de la puerta que colindaba a la calle.
Una de esas noches donde todo es silencio, solo se escucha el pequeño susurro del viento y los pasos de la personas son más profundos, no pudo evitar, para mala suerte de ella, el fijarse quiénes pasaban a tan altas horas de la noche, exactamente a las doce de la noche
Abrió la ventanita, como era costumbre y vio pasar un cortejo fúnebre frente a ella, varias personas encapuchadas con paso de procesión y un féretro negro azabache sobre el hombro de ellos; la señora con la mirada fija a este espectáculo, no pudo dejar pasar la oportunidad de alimentar su curiosidad hasta que termino de pasar el cortejo.
Cerró la ventanita aduciendo que todo había terminado, pero al voltearse para regresar a su acostumbrado sofá envejecido sintió unos toques en su puerta. Abrió sin demora la ventanita para saber quién era y vio ante sus ojos a un personaje encapuchado del cortejo fúnebre y sin decir nada, este le dio un gran cirio de obsequio.
Ella lo recibió y el olor a vela emanó por toda la casa, cerró la puerta y al regresar la vista para observar el gran y hermoso cirio, se dio cuenta que en su mano tenia, en vez de la vela, era una canilla o parte de uno de los huesos que conforma las piernas de un humano. La señora murió de un infarto.
Por esta leyenda urbana se dice que cuando hueleS o percibes un olor a vela sin ninguna razón dentro de una casa es que un alma en pena está pasando por tu lado