Según cuenta la mitología griega, había un rey llamado Pigmalión, que por cosas del destino decidió no enamorarse nunca. Seguro de sus decisiones, el rey decide esculpir una estatua de marfil con la forma de una mujer, encerrándose en su estudio para no ser interrumpido.
Cada día, el rey trabajaba modelando con sus manos la figura de una mujer muy hermosa y, sin darse cuenta, un sentimiento empezó a nacer dentro de su ser. Las curvas voluptuosas de la estatua, la suavidad de su superficie y el realismo de su trabajo, pronto hicieron mella en el rey, quien, al término de su obra, no pudo resistirse a sus sentimientos cubriéndola de besos y abrazos.
Extasiado, pasaba largas horas contemplando la figura, vistiéndola y desvistiéndola, imaginando cómo sería el sentirla entre sus brazos. La fría realidad solo hacía que Pigmalión aumentase la desesperación y el deseo. Estaba irremediablemente enamorado.
Confiando en el poder de sus dioses, el rey asiste a una celebración en honor a la diosa Afrodita, allí les ruega den vida a la estatua de marmol para poder casarse con ella. La poderosa Afrodita escucha el ruego del rey y le da una señal en el cielo de su aprobación. Sin embargo, este no entiende el mensaje y vuelve a casa triste.
En un nuevo intento de sentir a su amada, la besa, pero esta vez nota que irradia algo de calor. Se hace hacia atrás y observa cómo, poco a poco, la figura va cobrando vida. La fría piedra se torna suave, sus caricias empiezan a tener respuesta. Luego de agradecer a los dioses, Pigmalión y la estatua, convertida ahora en una delicada mujer, se unieron.
En otra versión de la misma historia, Pigmalión estaba rogando en su estudio cuando Afrodita oye sus ruegos y le concede su deseo. Tras ver el inmenso amor del rey, Afrodita decide bendecirlo haciendo fértil a su amada, con la cual se desposa y tiene a Pafos, de la cual se hereda el nombre para una de las islas griegas más hermosas