En una oportunidad, durante una meditación, observé una gota de agua, luego me percaté que esa gota de agua era yo!
Una hermosa, fresca, traslúcida, limpia y diminuta gotita de agua suspendida en la punta de una hoja.
Me sentía bien siendo esa gota de agua, pero parece que me iba haciendo más grandecita conforme transcurría el rato y no pude suspenderme más en la hoja. ¿Qué pasó? Pues caí! Pero caí en el Mar y ya no era una diminuta gotita de agua, era todo el Mar! Toda esa inmensidad, toda esa extensión de agua con todo su contenido, con toda su fuerza y majestuosidad! Por supuesto, me asusté! Demasiado para una gotita, verdad?
Lamentablemente los humanos solemos sentirnos tan diminutos como una gota sin tomar consciencia de lo grandes que somos!
No tenemos consciencia que somos la inmensidad del Universo. A veces nos creemos indignos por estar encapsulados en esta biología (cuerpo físico) o quizá por los dogmas a lo que hemos sido sometidos en consciencia colectiva o por el efecto que las religiones han causado en nuestro pensamiento. No es que dejemos de ser humildes, pero tampoco debemos sentirnos diminutos.
Pues a pesar de la biología debemos tomar en cuenta la Divinidad que la habita.
Debemos fundirnos en la Inmensidad del Universo que somos.
Tener en cuenta que no somos este cuerpo físico. El cuerpo es sólo un instrumento, un medio para expresarnos, pero somos Inmensos y Maravillosos Seres de Luz y Amor!