De él se sabe muy poco, nadie, en esta civilización moderna conoce su nombre, su edad, sus hobbies, sus costumbres o incluso su idioma, lo poco que se sabe de él, resulta ser tan trágico y a la vez tan desolador, que muchos ocultaron su presencia en forma de mito o leyenda.
Hasta que un día, un grupo de investigadores logró captarlo oculto y temeroso entre las matas de la extensa selva brasileña, el hallazgo, además de provocarles cierta perplejidad dejó a un lado la fantasía mítica para entregarles la más cruda realidad. La presencia clara del único sobreviviente y testigo de una masacre sin nombre ocurrida ya hace más de veinte años en la selva de Brasil. La imagen certera, del llamado, “Indio del agujero”.
Su nombre se debe al también descubrimiento de unos extraños hoyos de tres metros de profundidad que el citado realiza dentro de sus chozas. Esto, además de un estimado en su edad que bordearía los 30 años y una supuesta sordera o mutismo que le impide comunicarse, serían las únicas suposiciones que este hombre nos ha, sin quererlo, develado.
No obstante, todo lo demás, tanto su cultura, costumbres o medios de comunicación que este hombre pudiera tener, se encuentra en el misterio. ¿Pero qué dicen los confiables registros históricos sobre este hombre? ¿Quién es, o qué le sucedió a este “Indio del agujero”?
Según los investigadores este hombre sufrió uno de los más terribles actos que la civilización pudiera causarle, este es, el exterminio total de toda su tribu indígena a manos de sus vecinos, los terratenientes de la alejada zona del Estado de Rondonia.
Los citados aseguran que toda esa población indígena, que no superaban el centenar de miembros, fue exterminada por estos propietarios quienes querían invadir ese 20 por ciento de la selva que la tribu de nuestro hombre sobreviviente ocupaba. Para ello se utilizó un método que resulta ser tan indignante como la intención en sí, el envenenamiento masivo y la posterior liquidación a punto de pistola a los posibles sobrevivientes.
El plan consistía en la entrega de sacos de azúcar mezclados con polvo de matarratas a la tribu so pretexto de un gesto de paz y concordia. Los indígenas consumieron el azúcar y a los pocos días, más del 80 por ciento de la población cayó muerta. Pero si esto fuera poco, la familia de los hermanos Dalafini, dueños de terrenos tan grandes como la ciudad de Madrid, contrataron a pistoleros para terminar con todo rastro de vida humana.
Nuestro “Indio del agujero”, es pues, el único sobreviviente y testigo de esta demencial manera de saciar una estúpida ambición del humana. De allí su valor y significado, puesto que no sólo es el símbolo perfecto del expansionismo irracional e inconsciente del hombre sino también, el último portador de una cultura que con su muerte quedará extinta para siempre.
a pesar de los esfuerzos, el “Indio del agujero” se ha negado en todo momento en entablar contacto con los investigadores, quizá por traumas lógicos y propios, tanto que ha sido imposible determinar que lengua, costumbres o hábitos posee. Tales son los obstáculos que muchos se conforman hoy ya no con intentar saber más del hombre o conocerlo, sino simplemente, de cuidarlo y protegerlo ante las posibles amenazas que éste pueda tener en el futuro.
El “Indio del agujero”, al parecer, se llevará a la tumba el sonido de su lengua, el tratamiento de sus comidas, la preparación de sus medicinas, la organización tribal que compartía con los miembros de su tribu. En fin, con toda una cultura que lamentablemente, jamás conoceremos.