Hace miles de años, se creía que en Japón los humanos, dioses y bestias convivían en armonía, compartiendo la tierra. Los dioses ayudaban con sus poderes a los hombres y éstos, como gratitud, ofrecían sacrificios; mientras que las bestias no entorpecían ni molestaban. Pero este equilibrio se rompió cuando el primer rey de los dioses, denominado Izanagi, fue a la guerra en contra de su esposa Izanami, y ya nada volvería a ser igual.
Como consecuencia de esta nefasta guerra trajo, nacieron nuevos seres malvados: los Oni, que fueron utilizados como soldados, y los dragones, que –según cuenta la leyenda- provenían de las plantas que absorbían la sangre derramada de los dioses. Asimismo, la guerra fue la causa de que la maldad aflorara dentro de muchos de los dioses.
De todos estos seres malvados, Yamata no Orochi, el dragón de las ocho cabezas y ocho colas, fue el más famoso de todos. Éste les exigía a los ciudadanos de Izumo que sacrificasen ocho doncellas cada luna llena o de lo contrario, sus tierras serían destruidas por completo.
Pero en Izumo había nacido la bella princesa Kushinada, quien ya alcanzó los 16 años cuando el pueblo entregó en sacrifico a la última de las doncellas, incluyendo a sus hermanas. La joven princesa sería la próxima víctima si no se hacía algo al respecto. Y entonces hizo su aparición el dios del trueno Susanowo, quien se enamoró de la princesa y le prometió al rey de Izumo que destruiría a Orochi si podía tomar la mano de la princesa en matrimonio, a lo que el rey respondió positivamente.
La noche del sacrificio de la princesa Kushinada, Susanowo se disfrazó de sirviente y le ofrecieron a Orochi ocho barriles de licor de arroz antes del banquete. El malvado dragón aceptó gustoso y bebió con sus ocho cabezas de las respectivas copas, lo cual lo embriagó hasta la médula. Al poco tiempo, dormía profundamente.
El dios aprovechó la oportunidad para quitarse el disfraz y le cortó no sólo las cabezas a Orochi, sino también sus colas. En una de ellas encontró una espada tan poderosa que su propia espada no la había podido cortar. Esta arma mística luego se convirtió en protagonista en muchas otras leyendas posteriores. También cortó sus entrañas, de donde sacó el sagrado medallón de la vida Magatama y las lágrimas que surgieron de la última cabeza en morir fueron transformadas en un espejo.
Estos objetos son conocidos como “Los tres tesoros sagrados del Japón”.