La creencia más difundida en el sudoeste de Irlanda es que los cluricauns, como los llaman en Munster, no son otros que los lepracauns cuando, al finalizar sus tareas de zapateros, salen a festejar desenfrenadamente, emborrachándose con el whisky que roban en las tabernas y plantas destiladoras, tras de lo cual salen a cometer otras tropelías tales como correr carreras montados en ovejas, chivos y hasta perros y ponies, a los que devuelven luego a sus establos derrengados y casi muertos de agotamiento.
Un ejemplo de estos desmanes es lo que le sucedió a John O’Shea, un poderoso terrateniente del condado de Kerry, cuyo orgullo por su heredad era sólo superado por e/ que sentía por su bodega, la más completa cíe la región. Sin embargo, John O’Shea era desafortunado, pues no podía conservar un solo criado, debido a las frecuentes correrías efe un cluricaun de nombre Diussberú (lit: "el que roba"), que se divertía asustando a muerte o la servidumbre apareciéndosele de repente colgado de las vigas del techo y gritando como un alma en pena. Pero lo peor de todo ero que, luego de emborracharse, salía a montar los animales de corral, muchos de los cuales morían a causa del esfuerzo.
Largos años tuvo que soportar O’Shea las correrías del duende, y hasta pensó en mudarse a otra región, pero el abusador cluricaun lo amenazó con seguirlo y con otros tormentos peores, hasta que el hombre se resignó a su suerte y le permitió instalarse definitivamente en su bodega, autorizándolo a que bebiera cuanto quisiera.
Sin embargo, Diussberú tuvo en su pecado su propia penitencia, pues de allí en más el terrateniente decidió no reponer sus existencias de whisky y, al morir el amo pocos años después, la bodega ya se encontraba casi vacía y no había, en muchas millas a la redonda, ninguna que se le pareciera. Así que, al poco tiempo de terminarse definitivamente el whisky, el cluricaun moría a su vez por la falta del, para él, imprescindible elemento.