Si bien en sus lugares de origen se los conoce también como "duendes del fuego", ya que, cuando vuelan dejan una estela ígnea similar a un cometa, los drakes son duendes domésticos, muy apegados a sus amos y a la casa o granja donde viven, y sus largos periplos aéreos se deben a que ésa es su forma de cumplir con encargos como la de traer o llevar leche, huevos, cereales o frutas a sus dueños.
El habitat de los drakes se extiende a casi todo el noroeste de Europa y norte de Gran Bretaña, aunque la imaginación popular los ha dotado de una gran diversidad de nombres y apelativos locales. Así, se los denomina drakes en Escocia y el norte de Inglaterra, drachen en Alemania y Bélgica, krats en Einlandia y la Península Escandinava, kratshen en Bélgica y Holanda, y feu draks en Erancia y Suiza.
La descripción de su apariencia, en cambio, es bastante homogénea, ya que se los representa como niños pequeños con túnicas blancas y gorras rojas, excepto cuando vuelan, que se asemejan a una bola de fuego de gran cabeza y una larga cola roja. Una excepción a esta regla son los krats suecos, a los que se los describe como pequeños dragones de alas correosas y cola aguda, terminada en una punta en forma de flecha.
La lealtad de los drakes hacia la familia raya casi en el fanatismo y, si bien exigen a cambio ser bien alimentados y que se los trate con justicia y equidad, son capaces hasta de arriesgar sus vidas por sus amos.
Un matrimonio de granjeros finlandeses se encontraba una noche al borde de la desesperación, cercados por una terrible tormenta de nieve y con un hijo de corta edad al que la vida parecía escapársele minuto a minuto sin remedio. Esa misma tarde el médico le había prescrito un medicamento que aseguró que lo salvaría, pero los atribulados padres no tenían forma de salir a buscar el remedio en medio de aquella tempestad.
Repentinamente, pocos segundos después de haber visto un destello como el de un relámpago, la mujer, que retorcía un pañuelo junto al hogar, vio aparecer sobre la repisa de la chimenea un pequeño paquete envuelto en papel ordinario. Intrigada, aunque algo atemorizada, la madre se levantó y desató el envoltorio, descubriendo en su interior ¡nada menos que el medicamento que su hijo necesitaba!
Al recordar el relámpago precedente, los padres comprendieron que el drake de la casa había volado en su busca, tal vez hasta el lugar más remoto de la tierra. Inmediatamente administraron al niño la primera dosis, con la cual su mejoría se hizo evidente en pocos minutos, y el padre salió de la casa a rastras, para evitar el salvaje viento boreal, y llegó a duras penas hasta el granero donde el duende descansaba en su forma de pequeño niño cuando no estaba volando, encontrándolo casi agonizante por el agotamiento.
Inmediatamente lo transportó hasta la casa, donde lo arroparon junto al fuego hasta que, dos días después, ambas criaturas se encontraban ya en franco tren de mejoría. De allí en más el drake fue considerado por los felices padres como un hijo más, y nunca dejaron de agradecerle el haber arriesgado su propia vida para salvar la de su hijo.