El protagonismo es esa manía de sentirse el centro de la atención social. Es esa obsesión de ser reconocido como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen. La ilusión por ser reconocidos como el personaje principal de su entorno social, mueve a la ficción de simular ser lo que no se es, hasta llenar ficticiamente sus vacíos vivenciales.
Los vacíos vivenciales inducen a jactarse de grandeza, de popularidad o de ensoberbecimiento.
Aquellos que recurren a urdir protagonismos, sea cuales fueren sus propósitos y argumentos justificativos, actúan con deshonestidad y perversidad de intenciones.
El deseo de ser iguales a otros, induce a fantasear preciándose de ser indispensables. Los personajes piensan que sin ellos las cosas no podrán funcionar. Que son lo mejor, sin darse cuenta que el rol que quieren protagonizar ni siquiera es compatible con sus personalidades.
Cuando la desinteligencia impide comprender que en la vida cotidiana no siempre se puede realizar el protagonismo que se desea, el porfiado subconsciente motivará oportunidades inusitadas, que al parecer ofrece nuevas alternativas para protagonizar.
El protagonismo se ha constituido en un síndrome psíquico que nos impulsa a ser extravagantes, que nos hace creer que son aquello que no somos realmente. Cuando descubrimos algún conocimiento especial o cuando nos enteramos de ciertas circunstancias de la vida de los demás, no vacilamos en tratar de penetrar en esos ambientes y ganar esos espectadores que nos concedan la admiración y el reconocimiento que aspiramos.
Es cierto que todo ser humano necesita fortalecer su autoestima con el afecto, el amor, el respeto y la admiración de sus semejantes; pero, cuando caemos en el protagonismo, ¿estamos conquistando aquellas cosas que tanto deseamos?,o ¿no será más bien, que -sin darse cuenta- estamos haciendo el ridículo de aparentar ser lo que realmente no somos?
Shikry Gama