La incorporación de las fuerzas angélicas al campo experimental de la ciencia podrá aportar los elementos indispensables mediante los cuales todos los fenómenos extraños sin aparente lógica y explicación adquirirán un carácter rigurosamente científico. Un buen ejemplo de ello es el misterio que encierra el levantamiento de las enormes moles de piedra que forman las pirámides egipcias.
Según numerosos iniciados capaces de escudriñar en los Archivos Akásicos (que son la memoria colectiva), los grandes sacerdotes egipcios movieron estas moles gracias a su conocimiento de la antigua ley gravitatoria de la substancia: invocaban a los ángeles o devas (los espíritus de la naturaleza, de los que hablaremos más adelante) que habitan en el interior de las piedras: ellos dilataban los espacios intermoleculares de las piedras y éstas, sin alterar su forma ni su volumen, perdían todo su peso. Se trata de un poder que eleva y que opera por grados de descompresión de los éteres, pudiendo así levantar cualquier cuerpo, por pesado que sea. Los ángeles operan sobre la substancia de estos cuerpos, determinando una inversión total de las leyes de polaridad.
Los ángeles tienen por cometido condensar el espíritu para formar la materia. Toda energía, desde la que genera un simple electrón, hasta la que se expresa en los más elevados niveles del sistema solar, tiene carácter angélico. La energía, tal como la conocemos, que surge del contacto de la mente divina con los éteres del espacio, produce un choque, una vibración y determina la respuesta sensible de los ángeles; el resultado es la substanciación del éter, o sea su conversión en materia. La materia sería pues el resultado de la energía que manipulan los ángeles al condensar los éteres.
La materia es energía condensada, esto ya lo descubrió Einstein. Si desintegramos la materia, produce energía. La física actual considera que el electrón -componente fundamental de la corteza de los átomos imprime un movimiento de vaivén, alcanzando una velocidad cercana a la de la luz, pero inferior a ésta. En un sentido, puede decirse que la energía es reflejada, o sea que en el movimiento efectuado por el electrón, en vez de seguir una línea recta como lo hace la luz, la energía se mueve en todos los sentidos, tal vez como lo haría un pez en un acuario de estrechas dimensiones, buscando una salida. Esta reflexión es la que transforma la energía en materia. En el momento en el que la energía deja de ser reflejada, o sea de dar vueltas sobre sí misma, deja de ser materia. En cambio, en cuanto la energía deja de circular libremente en línea recta, como lo hace la luz, entonces se condensa y transforma en materia.
Pongamos el caso de un padre que le aconseja a su hijo no jugar con el fuego. El niño tiene ante sí dos opciones: asimilar la lección paternal por la vía intelectual y no acercarse al fuego, o bien optar por la postura más común: "traicionar" al padre, prescindiendo de su sabiduría y su luz. Esta "traición" supone una interferencia en la luz que el padre le ofrecía, y ésta, tal como hemos visto más arriba, hará que la luz se condense y tome forma en una anécdota: el niño se quemará. A través de la vivencia material el niño habrá aprendido, eso sí, por la vía del dolor, lo que habría podido entender de otra forma más sutil. Y mientras haya estado experimentando el hecho físico de la quemadura y sus consecuencias posteriores (acudir al médico si es grave, restañar sus heridas, etc.), el niño habrá desperdiciado un tiempo que habría podido emplear en intentar atender otras lecciones y enseñanzas de su padre. Por ello podemos decir que el niño ha interferido en la luz del padre, haciendo que "diera vueltas sobre sí misma" sin poder avanzar en "línea recta" para aportar nuevas evidencias.
Podríamos sustituir el término "padre" por el de Ego Superior y el de "niño" por ser humano, las conclusiones serían las mismas, incluso mucho más amplias. Tanto si escucha las recomendaciones de su padre como si no lo hace, el niño de nuestro ejemplo estará asesorado por los ángeles, en el primer caso, por los superiores; en el segundo por los ángeles caídos o luciferes (término que explicamos más adelante), que serán quienes le soplen al oído que ponga la mano en el fuego para comprobar qué es lo que ocurre.
¿Quién provoca la reflexión de la energía para que se transforme en materia, el azar?
éste es el eslabón ausente que la ciencia aún no ha hallado. La respuesta es sencilla: los ángeles, cuando lo juzgan necesario para nuestra evolución. La finalidad del razonamiento expuesto es doble: ofrecer una prueba de que la física cuántica y la filosofía oculta se están tocando con la punta de los dedos y dar una nueva descripción de la labor angélica. para que la luz se transforme en materia, trátese de una forma física cualquiera o de una anécdota vivida por un ser humano es imprescindible la actuación de un ángel superior o de un ángel caído.
Según ha descubierto la ciencia, la fuerza electromagnética sirve de pegamento a los átomos, se ocupa de soldarlos para formar moléculas (precisemos, para quienes no estén familiarizados con estos términos, que el átomo es una partícula elemental de la que están formados todos los elementos -una molécula es una agrupación de átomos-). Por ejemplo, para formar una molécula de agua, la fuerza electromagnética debe soldar dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno.
Esta fuerza sería pues la responsable de la cohesión, la solidez y la belleza de todas las cosas que nos rodean. Sin ella, la tierra no sería sólida, nuestro esqueleto no podría soportar el peso del cuerpo. Sin ella, abandonados a su gravedad, los átomos tendrían una talla gigantesca y flotarían de forma anárquica en el espacio, dicen los científicos. Todo ello es cierto, está comprobado, pero lo que de momento no ha conseguido percibir la ciencia -aunque algunos físicos cuánticos se están acercando es que los átomos no se unen de forma caprichosa y al azar (Dios no juega a los dados con el universo), sino imbuidos de una intención, la que ponen los ángeles de acuerdo con nuestras necesidades evolutivas. Dicho de otro modo, existe un plan previo a la creación de cualquier forma, las moléculas no se juntan porque sí para crear la materia, sino bajo la sabia batuta de unos operarios angélicos. Ellos son pues los responsables últimos de la inmensa variedad de las formas existentes, de ellos depende que una pera tenga forma de pera y no de plátano.