Lo que nos lleva a la pareja y le otorga su importancia es el reconocimiento de que estamos incompletos, de que algo falta, de que sentirnos solos y únicos lastima el puzzle interior del Alma que todos necesitamos redondear. El otro, por tanto, completa nuestra sed de totalidad. El vehículo que nos lleva al otro es la sexualidad en primer lugar, junto con la ternura, el cuidado y la seguridad en segundo lugar, y la compañía y el camino común en tercer lugar. Cuando una pareja persiste en su camino común y en el intercambio y crece a través de los hijos, los proyectos compartidos, los retos y vaivenes asumidos, etc. se profundiza el vínculo de una manera necesaria y grata para el alma pero con grandes consecuencias: por un lado aumenta el bienestar de manera tal que algunas personas no lo pueden soportar y por otro lado nos hacemos candidatos al dolor ya que la traición o la pérdida de la persona amada desgarrará nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra alma. Una nueva relación debe incluir la pregunta sobre cuánto bienestar seré capaz de buscar y tolerar y también de qué manera estoy listo para ser de nuevo candidato al dolor y asumirlo si es preciso. Para muchos quizá resulte incomprensible la idea de tolerar el bienestar pero mi experiencia como terapeuta me ha enseñado que muchas personas empiezan a boicotear sus relaciones amorosas “justo cuando todo va bien” lo cual me ha hecho pensar a menudo en una especie de tabú cultural sobre el bienestar, lo cual se explica por una feroz lealtad a los modelos familiares en los que crecimos cuando fueron desdichados. Ningún hijo tolera bien un cociente de bienestar mayor del que conoció en su escenario familiar primero. El reto consiste en permitirlo y transformar lealtades desdichadas en regalos de bienestar para nuestros orígenes.
Joan Garriga Del artículo "Segundas relaciones" (abril 2005).