Le dije al vendedor que me lo llevaba. Me comentó que sobre él pesaba una maldición: que todos los que se lo han llevado han sufrido una desgracia mortal.
Según cuenta la leyenda existió un asesino llamado Clopi. Su atuendo era un disfraz de arlequín y sus víctimas eran niños a los que mutilaba de todas las extremidades, utilizando sus torsos como figuras decorativas. Un buen día, el asesino hizo un conjuro y repartió su alma por todos los arlequines de porcelana y concretó que todo aquel que se llevara uno sufriría una desgracia.
No hice caso al vendedor y me lo llevé. Cogí el coche, puse al arlequín en los asientos traseros. Iba por la carretera y había un paso a nivel, pero se podía pasar, así que aceleré a tope. De repente, una extraña fuerza me bloqueó el coche dejándome en mitad de la vía, no podía salir. Me fui a girar a ver si venía el tren y ahí lo tenía.
Se estampó con tal violencia que me mató en el acto, mi madre acudió al suceso. Preguntó si se había podido salvar algo, el policía le dijo que sí: un arlequín de porcelana, el cual llevaba una nota que decía:
'Felicidades mamá'.