Resulta curioso que, desconociendo el mundo emocional como lo hacemos, usamos la palabra “siento” de forma indiscriminada, más todavía cuando no hablamos de sentimientos.
Y una emoción que domina el momento, sin saber identificarla, es capaz de obstaculizar completamente la posibilidad de entender un conflicto.
Conflictos: ¿cómo saber cuándo estoy ante una “emoción trampa”?
Cuando la acción del otro despierta en mí una emoción, puedo afirmar de manera indiscutible: “Me siento triste cuando tú haces…”, “me siento miedoso si tú haces…”, “me siento enfadado en el momento en el que tú haces…”.
Aquí no hay mucho más que sopesar, es lo que siento, con transparencia. Una emoción tan obvia es directa, manifiesta, clara, intensa, suelo expresarla con los ojos abiertos y, lo más importante, me orienta a la acción de manera irremediable (lloro, huyo, me defiendo…), es la gran pista para llegar a lo que estoy necesitando en este momento y actúo para satisfacer tal necesidad.
Un sentimiento negativo aparece cuando mis necesidades no están satisfechas. Descubrir la que palpita con fuerza es esencial para saber qué proteger y a qué acuerdo concreto llegar.
Ahora bien, el problema viene cuando empezamos a utilizar el término “siento” sin hablar de sentimientos.
Identificar las emociones "trampa"
¿Cómo saber cuándo estoy ante una emoción “trampa”? Es importante preguntarnos si cuando usamos el verbo “sentir”, puedo o no sustituirlo por “pensar”:
“Siento que no me escuchas” cuando podríamos decir “pienso que no me escuchas”; “Siento como si hablara con un muro” cuando lo que quiero decir es “pienso que hablo con un muro”; “Me siento como un inútil ante la situación” cuando lo que pienso es que “soy un inútil en esta situación”.
Si realmente descubro el sentimiento que esconde mi forma de pensar, me acerco a la necesidad real que quiero proteger y no otra.
Así pues, pensando que hablo con un muro, puedo sentirme triste porque necesito afecto, enfadado porque necesito escucha, miedoso porque necesito a alguien cerca, por ejemplo y, conocida la emoción y descubierta la necesidad, ya puedo elegir una posible vía de acción.
Distinguir mi sentimiento de un mero pensamiento es el primer paso para gestionar el conflicto de forma efectiva.
Expresarnos con propiedad, llamando a cada cosa por su nombre facilita la comunicación, si bien vivimos con el mensaje, tremendamente impregnado, de que la comunicación sin filtros es “mal educada” o “brusca”.
Yo, en cambio, considero que es clarificadora, no deja lugar a dudas y directa, para qué adornar el mensaje si entorpece su significado, para qué vender aquello que necesito sin expresarlo tal y como es.
Perdemos un tiempo precioso en tratar de hacernos entender cuando podríamos comunicarnos sin retoques.
Supongo que, una vez más, el miedo a decir lo que realmente es obstaculiza el mensaje y genera conflictos innecesarios.