"El Sí mismo es Consciencia Pura. La Verdadera Naturaleza de uno es luz y luminosidad absoluta que no requiere soporte de ningún tipo. Esta Consciencia conoce todo y es la única morada o sede de todos los demás conocimientos, entendimientos y experiencias. El ego es la consciencia mezclada con la mente, los sentidos y sus objetos. Por eso está sujeto a condiciones, cambios y modificaciones y por lo tanto es irreal. Como el ego mismo es irreal, todas sus funciones ya sean más o menos groseras o sutiles, deben ser también irreales. Es el ego el que experimenta el mundo fenoménico. La existencia relativa de todos los fenómenos existe sólo en la mente y el ego. Ninguna mente u operación mental se produce cuando desaparece el ego y sin él no aparecería el mundo. El ego no es más que auto-consciencia condicionada y limitada por la naturaleza finita y aparente de la dualidad.
La dualidad es la naturaleza de la mente y del ego. Las funciones y resultados de la dualidad, la naturaleza del sujeto y del objeto, son apariencias superimpuestas al verdadero Sí mismo, que es la Consciencia Pura. Todas las apariencias del drama del mundo en sus distintas formas y nombres son superimposiciones experimentadas mediante la ignorancia de ese Sí mismo, la Consciencia Pura, la Realidad fundamental, el único Substrato de todos los seres que existen, existieron y existirán.
No hay pluralidad de objeto, no hay pluralidad de sujeto. Sólo hay el Uno supremo que está más allá de sujeto y objeto. No hay duplicado de la Realidad, no hay dualidad, sino solamente la unidad de todo y la identidad con la Realidad siempre presente en su naturaleza espontánea de naturaleza luminosa y homogénea."
Cuando llega a descubrirse este centro o testigo central, uno puede apartar las olas de la superficie del océano de la actividad mental para hundirse en la calma y segura profundidad del núcleo central. Este testigo mudo que es a la vez el origen de todos los sonidos y las imágenes de la mente, es el único que puede apartarnos de su propia creación.
Cuando dejamos de identificarnos con los elementos de esa creación y somos conscientes de que eso no somos nosotros sino nuestra propia creacióny de que nos identificamos con ella debido a que la percibimos aparte de crearla, es el momento de llegar a ser el mudo testigo, el Sujeto, el Sí mismo que es lo que de verdad y eternamente somos. Como dijo Santo Tomás: "Aquello que conoce ciertas cosas no puede tener en su propia naturaleza ninguna de ellas."
No es necesario que intentemos ver nuestro ser transcendente, en realidad es él, el que ve a través nuestro, aunque sin llegar a ser conscientes de su presencia, de su centro en nosotros. ¿Acaso nuestro ojo puede verse a sí mismo? Tan solo necesitamos desprendernos de nuestras identificaciones con lo que vemos. "Todo aquello que uno puede ver no es aquello que lo ve."
La existencia del yo (ego) como centro de la consciencia es inherente a la individualidad consciente (el hombre) y actúa como centro durante toda la vida de una persona desde que nace hasta que muere. Incluso durante el sueño, aunque de una forma más difusa, el ego sigue estando presente, unas veces de forma activa y otras de forma pasiva en los sueños.
Pero bajo la consciencia del ego, viéndose a sí misma y situándose históricamente en la experiencia de la vida, hay otra consciencia que no está circunscrita al ego y que sigue estando más allá del mismo, aunque el ego intente apartarla para poder parecer la entidad principal y protagonista de la historia.
Respecto al ego, por poco que se analice, vemos que no es algo estático, único, eterno, ni siquiera perdurable, sino que se compone de una multitud de secuencias conscientes que hilan una historia personal ficticia en la que el ego subsiste y se considera estable.
Todos los fenómenos que surgen en la consciencia del ego, así como en los sueños, no existen fuera de la consciencia misma. Por lo tanto cualquier realidad estructural a partir de ello, es una realidad virtual.
Esa consciencia transcendental que da vida y realidad aparente a la consciencia del ego, es lo que a veces llamamos Espíritu o Sí mismo. El trasvase del centro de consciencia desde la centralidad aparente del ego a esa otra consciencia base, es la experiencia que se considera en los sistemas iniciáticos la iluminación y en la psicología jungiana el proceso de individuación.
La contemplación es el resultado del contacto entre la consciencia del ego y el Espíritu. A través de sus prácticas, el iniciado ha llegado a una experiencia que debe ser aplicada constantemente a su vida diaria. De lo contrario, la flor que ha surgido en un momento dado, junto con su aroma, sus colores y toda su belleza, irán declinando poco a poco y se marchitará para dejar paso a la vida absurda cotidiana de la no realización en la que estamos inmersos. Así pues, la contemplación debe cobrar vida continuamente en todos los momentos de actividad mental del iniciado.
De la misma forma que en la vida mundana de cada individuo, los recuerdos acumulados en su memoria actúan de forma decisoria en su discurrir pensante para elaborar su realidad cotidiana, en el iniciado, la experiencia adquirida en sus estados transcendentales debe ser recordada y estar presente en su vida diaria.
La magia se convierte en teurgia cuando el mago trabaja consigo mismo y con los arquetipos espirituales, es decir, con el Espíritu o Sí mismo y sus emanaciones arquetípicas. La teurgia no tiene nada que ver con cualquier otro tipo de magia que intente funcionar en el exterior, haciendo manifestar la voluntad para efectuar cambios externos. En la teurgia el mago se une con el Espíritu, con la propia divinidad inmanente dentro de sí mismo. La consciencia individual del ego, cuando se une con el Espíritu o Sí mismo, emana una voluntad superior distinta de la que suele proyectar el ego. En esta teurgia, el mago ya no necesita reglas mágicas definidas según una tradición específica (egipcia, grie-ga, cabalista, hindú, martinista, thelemita, maatiana, etc.). Las asociaciones simbólicas, las palabras de poder y el ritual pierden su importancia al lado del verdadero núcleo del trabajo teúrgico, la unión verdadera de la consciencia del ego con el Espíritu o Sí mismo. La eucaristía es el símbolo de este tipo de magia superior y representa en la "transustanciación" del pan y del vino, la unión de la consciencia y voluntad del operador con la consciencia y voluntad divinas.
Cada pensamiento, palabra, gesto o acción se hacen mágicos cuando la consciencia del operador funciona unida al Espíritu. El acto litúrgico o ritualista que pueda ser realizado en un momento determinado por el sacerdote o el mago, sólo es un símbolo de la verdadera realidad espiritual del adepto cuya vida discurre continuamente mientras su consciencia egóica permanece unida al Espíritu.
Cuando hemos hablado de integrar la contemplación de los iniciados en la vida diaria, nos referíamos a la permanencia en dicho estado en todas las actividades corporales y mentales de la vida diaria.
Cuando uno traslada el foco de la consciencia al Espíritu, el primer efecto es una bifocalización, como si hubiese un desenfoque de una lente. La atención unidireccional es retirada de esa corriente para dirigirse hacia el centro mismo de esa otra consciencia desde la que está surgiendo dicha corriente. El flujo de consciencia surge como el chorro de una fuente, pasa por el tamiz del cerebro que le da color, forma e interpretación y se abre en la experiencia pensante-sensitivo-objetiva. El hecho de realizar ese desenfoque no quiere decir que la luz de la consciencia se apague y uno entre en un estado de inconsciencia, sino sólo que el centro de la consciencia observa toda la actividad mental sin perder dicha centralidad y dejando que la corriente que se produce surja, evolucione y se disipe constantemente sin quedar atrapado en ella.
¿Cómo podemos practicar para poder establecer este tipo de consciencia? En primer lugar es importante haber establecido el contacto entre el ego y el Sí mismo o Espíritu. Es lógico que sin haber una preparación previa en la concentración, meditación y visualización, la contemplación no se producirá.
Una vez que ese tipo de experiencia contemplativa transcendente ha sido alcanzada, es cuando puede uno trasladarla a la práctica en la vida diaria. Para practicar esto es necesario entrar en el "Estado de Gnosis", en el que uno se encuentra centrado en la consciencia espiritual. En ese estado, la visión del mundo objetivo y la consciencia subjetiva se unen en una sola cosa y no hay separatividad entre ellas.
Pero la consciencia se distrae una y otra vez en el discurrir de los acontecimientos externos que nos absorben y generan nuestra continua actividad. Asimismo cada vez que nos damos cuenta de que hemos sido atrapados debemos volver a nuestro verdadero centro de la consciencia y realizar la contemplación.
¿Como hacerlo? En un momento de tranquilidad entre un evento y otro, en una pausa de descanso de la actividad, podemos entrar dentro de nosotros mismos retirando la atención del mundo externo y manteniéndola en el centro de la consciencia. Esto se favorece dirigiendo la mirada interna hacia la zona que hay detrás del entrecejo y practicando unos momentos la repetición mental de frases tales como:
¿QUIEN SOY YO?
YO SOY EL ESPIRITU
YO SOY LA CONSCIENCIA
YO SOY LO QUE SOY
YO SOY EL QUE MIRA
YO SOY EL QUE VE Y DEJA DE VER
YO SOY LO QUE VEO
YO SOY LO QUE NO VEO
Es probable que la luz de la consciencia se ilumine en esos momentos e inunde toda la mente sin dejar salir ningún pensamiento o imagen que la luz misma de la consciencia.
Dijo Guru Nanak:
"Ve mientras estés en vida al lugar a donde has de ir después de la muerte."
El hábito de esta práctica tan sencilla y eficiente mantiene viva la presencia de nuestra verdadera consciencia transcendente y ayuda a hacerla operativa en todos los momentos del día.
La práctica regular de esta contemplación en la quietud del hogar y en el lugar habitual de meditación, debe hacerse también con tanta frecuencia como uno encuentre adecuado. Para ello es necesario sentarse en una posición cómoda pero que no induzca al sueño y con la columna vertebral recta. A continuación hay que concentrar la consciencia con los ojos cerrados por detrás del entrecejo y permanecer ahí sin dejar que ningún pensamiento que pueda surgir nos atrape y nos lleve con él. Esto no es tan difícil como parece porque en cuanto cerramos los ojos ya estamos ahí en la oscuridad que se produce. Debemos permanecer pues manteniendo la atención en esa oscuridad y repetir la frase o frases escogidas para tener acceso al centro de la consciencia. No hay que visualizar nada de momento ni tampoco intentar buscar algún tipo de luz o sonido prefijado, solo permanecer ahí y repetir las frases que afianzan la presencia del centro de la consciencia.
Sri Babathakur