Independientemente de nuestro género sexual, todos poseemos un aspecto femenino y un aspecto masculino internos y la relación entre éstos – la pareja interior – tiende a reproducirse en nuestros vínculos. Solemos relacionarnos con los aspectos exteriores de la vida a través de su correspondencia con nuestros patrones internos. Así, cuando nos atrae otra persona, la misma está espejando aspectos tanto conscientes como inconscientes de nuestro propio ser.
Habitualmente esperamos que el otro/a nos proporcione aquello de lo que carecemos, o creemos carecer. Muchos de los conflictos que atravesamos en la vida tienen una trastienda de baja autoestima. En las dificultades dentro del ámbito de la pareja, en el plano laboral, en las relaciones con familiares y amigos existen siempre zonas profundas en las que no confiamos. Algunas tienen que ver con creencias de base, que desmoronan la fe en nosotros mismos de manera visible y obvia; otras son creencias que subyacen bajo capas de un aparente “todo está bien”.
Construir la propia autoestima es plantar las semillas para amarse a sí mismo, la base para cualquier relación amorosa con otra persona.
¿Si yo no soy para mí, quién será para mí?
¿Si sólo soy para mí, quién soy yo?
¿Y si no ahora, cuándo?
Al mencionar la idea de amarse más y mejor a sí mismo podríamos temer caer en un amor narcisista que, más que acercarnos, nos aparte del resto de la humanidad. Esta propuesta no implica quedarnos, como Narciso, prendidos al propio reflejo en el estanque, embelesados con nuestra imagen. Se trata más bien de reconocer y revalorizar todo lo que tenemos de positivo. Cuando nos conectamos con nuestras partes más luminosas y amorosas absorberemos la energía necesaria para ingresar también en los rincones más oscuros, construyendo así una percepción más plena de quién somos verdaderamente.
La forma en que nos describimos colorea todas nuestras experiencias. ¿Quién sabe desde cuándo o desde quién comenzamos a definirnos de determinada manera? Lo cierto es que todas nuestras ideas y pensamientos producen resultados, y nuestros diálogos internos son la base sobre la cual construimos nuestra experiencia de la realidad. Todo cuanto consideremos real o verdadero se convierte, eventualmente, en una realidad para nosotros.
Es clásico el ejemplo de quien cree que es rechazado por otros. Sin proponérselo, su actitud y su expresión hacen que efectivamente lo rechacen. Si tengo la idea de que no soy lo suficientemente valiosa como mujer y que debido a ello mi pareja me abandonará, comenzaré a aferrarme, a exigir, a reprochar y controlar, y estas reacciones lo inducirán eventualmente a distanciarse y/o a abandonarme, confirmando así mi creencia.
Estas son las famósas profecías auto-cumplidas, en las que terminamos creando lo temido, atrayendo hacia nosotros precisamente aquello que tratábamos de evitar.
A todos nos hubiera gustado escuchar frases amorosas de nuestros padres, y nos gustaría que nuestra pareja y amigos nos dijesen cuánto valemos. Sin embargo, nos cuesta decírnoslo a nosotros mismos.
Tendemos a esperar que sean los demás quienes retruquen nuestra percepción negativa con halagos, felicitaciones y miradas de aprobación. Sin duda es agradable recibir alabanzas, pero esa dosis de autoestima foránea no es duradera ni suficiente.
Lamentablemente, vivimos con la sensación de que el amor está fuera de nosotros, que es algo que nos dan o nos quitan, un regalo, un premio, algo que merecemos o dejamos de merecer en función de que cumplamos con determinados requisitos (ser jóvenes, delgados, atractivos, inteligentes, exitosos, carismáticos, etc.)
Desde pequeños recibimos una serie de mensajes sobre el amor que nos condicionaron, haya sido esto debido a actos, frases escuchadas o sensaciones corporales basadas en acontecimientos vividos, y/o en la interpretación personal que realizamos en función de éstos.
Hoy, ya adultos, necesitamos re-definir nuestra noción del amor.
Para ello, puede ser útil formularnos y responder a las siguientes preguntas:
¿Cuánto soy capaz de amarme a mí mismo?
¿Cuánto me disgusto, critico, condeno, amonesto?
¿Cuánto soy capaz de cuidarme y darme lo que necesito?
¿Cuánto placer me permito tener en mi vida cotidiana?
¿De qué formas me descuido y me abandono?
¿Cuán desarrollada está mi capacidad para dar y recibir? ¿Cuál me resulta más fácil, y por qué? (Frecuentemente preferimos dar a recibir ya que esto último implica mayor vulnerabilidad).
¿Cuán desarrollada está mi capacidad para mostrarme auténticamente? ¿Cuándo me expreso como realmente soy y cuándo muestro una de mis máscaras?
¿Cuál es la creencia personal que más necesito modificar para poder aceptarme y amarme sin condiciones ni exigencias inalcanzables?
Cuando logro darme cuenta de que soy mi propia fuente de amor, todo cambia de dirección – yo soy responsable de transformarme y darme aquello que espero del afuera.
El amor no existe afuera de nosotros – debemos buscarlo en su morada íntima que es nuestro propio corazón.
¿Quién si no yo puede aceptarme y amarme con todas mis características? ¿Quién si no yo conoce la historia de mi niño interno, no para lamentarme sino para sanar mis propias heridas? ¿Quién si no yo tiene en su poder el pasaje de ida y vuelta hacia lo profundo de mi corazón?
Trabajar para construir la propia autoestima es un acto de amor – amor hacia uno mismo que se traduce luego en una mayor capacidad de amar realmente a los demás.