Los años ochenta nos dejaron muchas obras maestras para el recuerdo, y entre ellas, esta que os traigo hoy en forma de película. Hablamos del largometraje titulado “Te amaré en silencio”, cuyo título original fue “Children of a lesser god”. Fue protagonizada por William Hurt (James) y Marlee Matlin (Sarah) siendo la fémina quien consiguiera un Oscar a la Mejor Actriz por su auténtica interpretación.
En esta cinta se narra la historia de una chica sordomuda que, contra todo pronóstico, vive un romance con su maestro de educación especial del cual termina por enamorarse. Una historia que invita a la reflexión sobre todo aquello que podemos transmitir con nuestro cuerpo y que representa lo más auténtico de nuestro interior.
La escena clave es la que se produce en la piscina de una casa en la playa, donde se aprecia la comunicación gestual entre ambos. En este intercambio de mensajes se hace explícita la atracción que sienten el uno por el otro, produciéndose un proceso de conquista en el que las palabras y la comunicación verbal no están presentes, pero en el que tampoco hacen falta.
Más que palabras: el poder de la comunicación no verbal
Muchas veces no son necesarias las palabras para mostrar nuestros sentimientos y afectos. Hablamos del poder manifiesto de la comunicación no verbal, una forma de trasmitir mensajes tan poderosa que no necesita de ningún complemento vocal para tocar el alma de otra persona.
Por otro lado, la comunicación no verbal es menos consciente que la comunicación verbal, por lo tanto es más fiable y más complicada de manipular. Por otro lado, ten en cuenta que con palabras normalmente no solemos revelar más del 10% de la información que queremos trasmitir.
Volviendo a la escena de la película, en ella no escucharás ninguna palabra, pero sí verás una conversación apasionada en la que James hará preguntas con miradas sinceras y leales, las cuales Sarah responderá con cándidas caricias. Verás que no hay nada que pueda quedar en tela de juicio, que no hay segundas interpretaciones, que el sentimiento ES REAL.
La autenticidad de las miradas
El sistema visual es el que está más conectado con nuestras emociones. Lo sabemos, de hecho cuando queremos esconder nuestro estado de ánimo, cuando no queremos que lean lo que de verdad estamos diciendo, lo que hacemos es apartar la mirada. Piensa que cuando queremos camuflar una emoción nuestra mirada se descoordina y nuestros músculos oculares se perturban.
Las miradas nos delatan, nos dejan sin escapatoria ante la visión de la otra persona, nos desnudan y nos atrapan a la vez, dejándonos -¡cómo no! sin palabras. Con una mirada podemos enamorar, podemos camelar, podemos hacer sentir importante a alguien, podemos excitar, podemos atraer a una persona hacia nosotros para siempre.
Cuando la persona que nos ama, y a la que correspondemos, nos mira muy cerca puede provocar ese hormigueo especial en el estómago, que de otra manera es tan difícil de conseguir. Una mirada cercana puede ser el mejor refugio que puedes encontrar porque en ella eres capaz de leer una comprensión inmensa; también puede hacerte sentir el mayor extranjero en un mundo inhóspito. De una manera o de otra, su poder es inmenso.
Una mirada a tiempo, junto a una caricia inesperada, puede calar el alma de otra persona de una forma más intensa que una palabra bonita. Con una mirada somos capaces de traspasar todo tipo de barreras y límites, porque a través de ella podemos revelar lo más real e íntimo de nuestro interior.
Más que escuchar, hace falta sentir
Después de este momento, Sarah seguirá sin poder pronunciar un “te quiero”, pero probablemente tampoco James necesite escucharlo. Sin duda, ya lo sabrá, porque los gestos de Sara, la expresión de su cara o su mirada no dejan dudas. Se trata de un mensaje, abierto, claro y sincero trasmitido sin más adornos que la intensidad que trasmite el propio cuerpo.
Lo que esto nos enseña es lo natural que es mostrar lo que sentimos sin necesidad de palabras y halagos. Nos enseña verdad, una atracción real sin fin, con grandes dosis de pasión, sinceridad y veracidad. Nos enseña un inmenso deseo por comunicarse a través de una fuerza silenciosa y al mismo tiempo arrolladora.
Así que a ti que no te conozco (o si), abre los ojos, declárate con miradas, usa las manos y sostén fuerte a esa persona importante para ti. En definitiva, no bajes la mirada, ni escondas las manos o tenses el rostro para no sonreír; ama también en silencio y los “te quieros” reiterados no harán falta porque ya los habrás dicho y la otra persona ya lo sabrá.
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