Cuando llega el final de una etapa o de una situación, solemos mirar hacia atrás con cierta nostalgia.
Muchas veces, incluso, nos aferramos a lo que está por concluir en un vano intento de que el tiempo no pase y las cosas no cambien.
Pero es una quimera esperar que todo siga igual.
Esto se produce permanentemente, más allá de nuestra voluntad. Es que nadie está exento de fin de año ni de que acaben etapas lógicas como estudios u otras quizá inesperadas o indeseadas como irse un trabajo o que se rompa una relación amorosa o de amistad.
Pero si nos entristecemos y malgastamos nuestras fuerzas tratando de posponer o de evitar lo inevitable, nos estaremos perdiendo lo mejor: si algo termina, es porque otra cosa está por empezar.
Hay que hacer lugar para lo nuevo.
Si nos mudamos, enfocar nuestra energía en la vivienda a la que acabamos de acceder será el equivalente a entrar a ella con el pie derecho.
Si una pareja ha finalizado, pensemos en los errores que no queremos volver a cometer y en la clase de persona que sí deseamos tener a nuestro lado; partamos desde esta base para que el próximo vínculo sentimental cumpla con gran parte de nuestras expectativas y nos haga verdaderamente felices.
Si está por comenzar otro año, podremos renovar nuestras ilusiones y hacer todo lo posible de nuestra parte para que sea mucho más positivo que el que pasó. Si lo meditamos detenidamente, hay aspectos que podemos modificar para que todo fluya de manera constante.
Tienes por delante un libro en blanco y podrás escribir en sus hojas la historia que desees.
La mejor actitud ante el cierre de una etapa que se avecina y, por consiguiente, un comienzo: aceptarlo, dar vuelta la hoja e iniciar el nuevo camino con fe y esperanza.