Posiblemente habrás oído hablar del Reiki, palabra japonesa que podría traducirse como “energía universal” y que pretende potenciar la conciencia y el uso de la energía en el ser humano para, además de otras funciones, desarrollar el poder sanador que todos llevamos dentro (repito que esta ultima es la faceta más conocida, pero no la única del Reiki)
Pero bueno, no se va a hablar ahora de Reiki pero sí de uno de sus fundamentos.
Como su mismo nombre indica en todo contexto al que nos refiramos los principios son los puntos de partida de cualquier situación. Si queremos que nuestra vida vaya mejor será entonces preciso establecer los principios en los que vamos a basarnos para lograr este fin de, llamémosle felicidad. Y es que la felicidad no consiste en tener esto o lo otro, consiste en tener las ideas claras de qué es la vida y como la encaramos, pues no son las circunstancias externas las que nos afectan sino como interpretamos las mismas. Ser capaces de tener principios sólidos en nuestra vida es la clave para estar bien. Y el principio que a continuación se va a exponer es como una varita mágica para arreglar las cosas, ahora bien como todo en la vida su resultado es cuestión de práctica. Por ello si le convence lo que se dice a continuación, grávese esta frase en la cabeza, repítasela mentalmente como si fuera un mantra o llévela escrita en la cartera, pero sobre todo no la olvide.
Vayamos ya al grano, nuestro principio es: Precisamente hoy no voy a preocuparme
Y es que estas seis palabras encierran dos verdaderas autopistas a la felicidad. Entender el “precisamente hoy” supone aceptar vivir el presente y sólo el presente. Y es que en realidad no hay más tiempo que el presente: el pasado ya no existe y el futuro no ha llegado por lo que no está, de manera que sólo me queda un momento para vivir: este.
Claro que decir esto es muy fácil pero asimilarlo no lo es tanto. Todos tenemos recuerdos del pasado que nos afectan el momento actual y proyecciones del futuro que inquietan nuestro presente. ¿Cómo superarlos?
Empecemos por el pasado. En la vida todo tiene una fecha de caducidad ¿no? Incluso hasta los delitos pasado algún tiempo prescriben. Pues bien, considere que todo lo anterior, absolutamente todo, ya ha caducado para usted y no espere el paso del tiempo para ello. Supongamos que hay algo que hizo o le hicieron la semana pasada que le dolió. Seguramente por más que una semana después todavía se acuerde cuando pasen 30 años esa situación será un recuerdo olvidado ¿no? Pues no espere tanto tiempo para llegar al mismo proceso de caducidad, haga que en su interior las cosas caduquen pasados dos días, o mejor aún, pasadas dos horas, o pasados dos minutos, o dos segundos (esto es de maestro) pero que caduque todo lo ya acontecido.
Ilustremos todo esto con un ejemplo:
“ Dos monjes Zen, un maestro y su discípulo, salen de viaje. En el camino se encuentran que tienen que atravesar un río y hay una mujer en la orilla que pretende lo mismo, pero no quiere mojarse para no llegar desaliñada a su destino. Esos monjes Zen tienen prohibido todo contacto con las mujeres, sin embargo el maestro se acerca a la mujer, la toma en brazos y la ayuda a atravesar el riachuelo.
Los dos monjes continúan caminando en silencio durante horas hasta que finalmente el joven discípulo pregunta:
- Maestro ¿cómo pudo coger a esa mujer cuando ...?
- ¡¿Pero cómo?! - le responde el maestro -. ¿Todavía llevas a esa mujer encima? Yo hace horas que la dejé.
Aunque claro a veces por más que queremos olvidar el pasado las ideas acuden a nuestra mente y parece que se repite dentro de nosotros eso que nos dolió por más que queremos que eso haya caducado. En este caso la solución consiste en poner otro contenido en su cabeza. El ser humano no puede pensar dos cosas a la vez, puede pensar alternativamente (es decir un segundo en esto y un segundo en aquello) pero no simultáneamente, de manera que cuando hay un “mal” inquilino en su cabeza, es decir una acción del pasado que no le deja vivir el presente, échelo con un buen inquilino, es decir con otra idea positiva.
Recomiendo en estos casos usar algo tan simple como cantar. Si cuando mi mente se va atrás soy capaz de eliminar el recuerdo con una canción (y lo conseguiré pues no puedo cantar y pensar en ese hecho a la vez), me sentiré más alegre y dejaré de atormentarme por eso que ya no existe: el pasado.
¿Cuántas veces hay que hacer esto? Las precisas hasta que desaparezca el recuerdo.
Con el futuro podríamos decir lo mismo. Es un tiempo que no ha llegado y centrarnos en él nos lleva a menudo a la siguiente idea de nuestro principio: a la preocupación.
La preocupación debida a proyectar miedos en el futuro supone una pérdida de energía pues nos lleva a estar en mal estado y como es un momento irreal, es decir no es el momento presente, no podemos hacer nada real salvo sentirnos mal. Cuando llega un problema al presente nos ocupamos en solucionarlo, cuando no ha llegado el momento simplemente nos pre-ocupamos para nada.
Pero si analiza su vida verá que las circunstancias que en su vida le han causado problemas no se las había imaginado nunca. Por ejemplo uno se preocupa por “y si pierdo el empleo” cuando entonces cae enfermo, o se preocupa de si tendré dinero para cambiar el comedor cuando le roban el coche etc.
¿Qué hacer para despreocuparnos? En primer lugar tenga en cuenta que toda preocupación es vana, pues no podemos controlar nada. Ello no quiere decir dejar las cosas a su aire, sino no bloquearnos por proyecciones de nuestro miedo, que eso es la preocupación. Y claro si no podemos controlar nada debemos confiar que las cosas siempre saldrán bien aunque a veces no nos guste el rumbo que toman las circunstancias. Henry Ford, quien se arruinó varias veces antes de construir el Ford T, cuando le preguntaron si se había preocupado alguna vez respondió: “no, creo que Dios gobierna las cosas y no creo que precise ningún consejo mío” De manera que la fe no es un acto de religiosidad, sino la receta contra la preocupación.
Análogamente a la idea de aprovechar siempre el momento presente tenemos que ser capaces de centrarnos siempre en el lugar presente. Es lo que se llama centrarse en el “aquí y ahora” Hay un proverbio Zen que dice: “cuando como, como, cuando duermo, duermo” y se refiere a la importancia de centrarnos en lo que hacemos cuando lo hacemos y solo cuando lo hacemos.
Pongamos un ejemplo. Hay muchas personas que sus problemas del trabajo se los llevan, mentalmente, fuera de su empresa ¿De que sirve, por ejemplo, conducir pensando en los problemas de la oficina o del taller si ya no se está allí?
¿Solución? Igual que el caso anterior, ocupe la mente con otro pensamiento hasta que el hábito de preocuparse desaparezca.
¿Es todo esto fácil? Pues no porque llevamos mucho tiempo viviendo fuera del presente y preocupándonos por el futuro. ¿Es posible? Sin duda alguna sí, pues sólo nosotros controlamos lo que queremos sea nuestra vida, ya que como dijo Philip Brickman:
“No seré el dueño de mi destino Pero soy el capitán de mi alma”
Que la Fuerza le acompañe,