Las actitudes son más importantes que los hechos. La forma de reaccionar frente a la vida puede transformar dicha vida. El afrontar los problemas sanamente puede convertirlos en soluciones.
Dar razón para vivir, para sufrir y aún para morir, porque hasta el dolor y la muerte pueden aceptarse por una motivación tan formidable como es el amor. “Se es fiel sólo por amor, se es auténticamente feliz sólo en el amor, se es idéntico sólo amando”. El amor es la respuesta, es el por qué, es la primera y la última palabra.
Todavía tenemos derecho de sonreír, de esperar, de amar, de ser felices. Los que se hunden en el pesimismo alegan sus razones, razones que no quieren cambiar. Pero el amor es más grande. Y cualquier ser humano, si quiere, puede amar, y así redimirse. Dios es amor. El hombre debe hacer un esfuerzo gigantesco por arrancarse lo inhumano: el odio, la desesperación, el egoísmo brutal, la envidia diabólica, el materialismo seductor. Y debe, por otra parte, luchar por revestirse de lo divino. Lo divino es el amor.
Reto a cualquier indiferente, a cualquier amargado y cansado de vivir a que ame un solo día con todas sus fuerzas a Dios, a su familia, a su prójimo y aún a los animales, plantas y cosas. Si le va bien, que lo practique durante una semana. Si la semana se le vuelve celestial, que se decida a amar toda la vida. Al fin y al cabo la felicidad total y eterna del cielo consistirá en amar y ser amado infinitamente y para siempre.
Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.