Cada vez percibo con mayor claridad
que el que escribe esta página se revela
(y se descubre) sólo en el límpido espejo de las palabras.
Hay otro, un fantasma,
que también responde por el mismo nombre
y que casi siempre está triste,
que hace todo lo demás para permanecer en la vida.
El uno es lo que es y no quiere ser otra cosa.
El otro se ha acostumbrado a simular y trata, con fatiga,
de hacerse un espacio entre los acantilados y las torres.
A uno le importan las actitudes, al otro los gestos.
Uno tiene su rutina aparentemente gris
pero siempre repleta de novedades.
El otro cambia por el prurito de cambiar
y porque si no lo hace
se terminará convenciendo que es un desterrado
y tal vez cruce el umbral
que no debe cruzar ni siquiera en sueños.
Uno ha descifrado la magia de ser mesiánico.
El otro sabe que todo mesianismo conduce a la ruina.
Uno ha descubierto que es un olmo que sí puede dar peras.
El otro lo sabe también pero no le es dado arriesgarse.
Uno ha leído una frase que lo ha impresionado mucho
y que tiene para sí como verdadera:
sólo los santos y los poetas entienden el sentido del mundo.
El otro (que también la ha leído) se pregunta:
de qué les sirve entenderlo si se pierden en él…
Cada vez comprendo con mayor claridad
que el amor es el gran argumento de la vida.
Sólo en él hay una plenitud
que abarca todo lo que somos y tenemos;
rescata lo que no llegamos a ser
y nos devuelve lo que perdimos.
Únicamente bajo su mágico cristal
vemos las cosas como realmente son,
aunque ello suceda de vez en cuando
y por apenas unos instantes
en la inexorable marcha de los días.
Sólo el amor puede dar un sentido final al dolor y a la esperanza,
un arresto de dignidad al evidente naufragio de la vida.
Pablo de Tarso dijo que podíamos tenerlo todo
pero que si no teníamos amor no éramos nada.
Cada cual (y su fantasma) lo saben muy bien.
El que escribe esta página
y el que la olvida antes de que cante el gallo.
El que trata torpemente de descifrar el lenguaje de los sueños
y el que se resigna, quizás con sabiduría, a su misterio.
Todo hombre (yo, entre ellos. Yo y mi sombra)
sabe lo que son una presencia y una ausencia,
no porque sepa lo que es el amor, sino porque ama.
El amor es el único puente entre lo que es
y lo que está y lo que no es y ya no está más.
Ama y haz lo que quieras, dice San Agustín,
es decir, piérdete, bórrate, desaparece…
el amor te devolverá al centro de tu vida y de la vida.
Jorge Alania Vera