Comienza el día y te levantas raudo de la cama. Ni te planteas remolonear media hora más dormitando. Hay tareas esperándote que no van a hacerse solas.
Eso es una buena señal.
No es tan buena señal en caso de que hayas atestado la agenda de tareas y compromisos y estés ahogándote en el estrés. Ese extremo no tiene nada de saludable.
Pero es que, entre el extremo de la vida muelle y el de exprimirse hasta la extenuación, hay un largo recorrido. Unas personas se sienten cómodas haciendo bastantes cosas. Otras, como yo misma, no hacemos tantas, pero también llevamos una
vida activa.
Incluso los más “relajados” prescindimos de quedarnos media hora más en la cama en un día de diario, porque la misión nos está esperando.
Y eso es muy bueno.
Quiere decir que estamos invirtiendo tiempo en tareas o actividades con las que
construimos la vida que queremos: hacer ejercicio, cocinar, estudiar, trabajar, convivir con los nuestros, leer… o lo que sea.
Pasar un par de horas con un videojuego no nos parece tan importante como hacer ejercicio, por ejemplo, a menos que el objetivo sea convertirse en un jugador experto.
Ni eso, ni ver la tele, ni dar bandazos por Internet sin mirar el reloj o ponernos a curiosear en las redes sociales toda la tarde, entre otras actividades de ocio sin propósito definido.
Algunos días, bueno. No todos. Porque hay opciones más interesantes que ésas y
el tiempo es limitado.
El tiempo es un recurso escaso que nos pone en la
necesidad de priorizar:
Primero, lo importante y, después, todo lo demás. Ésta es otra ventaja de levantarse con variadas cosas por hacer.
Ninguno de nosotros nace sabiendo
cómo organizarse. Con suerte, los mayores nos enseñan algo. Y, más tarde, aprendemos el resto por nuestra cuenta.
El proceso es más largo para unos que para otros. Pero todos, poquito a poco, vamos diferenciando bien qué es necesario hacer y qué no, gracias a que hemos de elegir el “
menú del día”. Si nuestra agenda está muy, muy vacía, es difícil aprender a hacerlo.
¡Arriba!
Hay personas que existen, sin más. Se dejan llevar por la corriente y hacen lo que hacen porque ven a los demás. No se cuestionan si ellos podrían hacer algo distinto… o lo mismo, pero con conocimiento de causa. Es su decisión.
Nosotros sí nos hemos hecho preguntas.
Hemos decidido qué hacer y porqué. Y, por eso que tenemos en mente, es por lo que nos levantamos cada mañana.
Vale. También tenemos dudas y días poco brillantes. Sombras, que no quitan que podamos alegrarnos por haber elegido nuestro propio camino.
¡Arriba! Hay cosas que hacer.
http://tusbuenosmomentos.com/2015/08/arriba-hacer-cosas/