Hay personas que se sienten abrumadas, cargadas con una enorme responsabilidad a cuestas... y ni siquiera es porque alguien se las haya entregado, sino más bien porque aprendieron en algún momento de la vida a asumir la responsabilidad de complacer, aliviar y resolver las necesidades de las personas a su alrededor.
Este es el típico retrato de los que viven sacrificándose por otros sin que éstos se lo hayan pedido, una especie de amor sobreprotector y malentendido, que sólo deja una sensación de cansancio y frustración cuando aquellos a los que entregaron todo, pareciera que lo olvidan y siguen su camino.
De nada vale quejarse, criticar o juzgar duramente a los depositarios de nuestros mejores esfuerzos y sentimientos, tampoco hacerlos culpables de nuestro malestar... porque en realidad no somos víctimas de ellos sino de nosotros mismos, al no tener la capacidad de poner un límite sano que nos lleve a preguntarnos en algún momento: ¿Hasta dónde y hasta cuándo?
En nuestras relaciones con otras personas, en especial en las que mantenemos con nuestros seres más queridos, como amigos y familiares, debe existir la entrega, la solidaridad y el xxxxxx, pero también el respeto, la consideración y la reciprocidad.
Somos seres humanos y podemos mostrar nuestras limitaciones y debilidades, tratar de actuar como si fuésemos súper hombres o súper mujeres no nos traerá ningún beneficio, por el contrario, esta actitud y comportamiento irá en detrimento de nuestro derecho a pedir y recibir la ayuda, la colaboración o el apoyo de los demás cuando lo necesitemos. Somos nosotros los que tenemos que cambiar nuestra actitud y manera de actuar, dejar de esperar que nos agradezcan, nos reconozcan o nos recompensen por el esfuerzo que realizamos y la ayuda que prestamos... Cuando lo hacemos desde el corazón y conscientemente, obtenemos instantáneamente una sensación de plenitud que nos hace sentir recompensados, además de la forma sabia y generosa que tiene el universo de devolvérnoslo, cuando lo entregamos limpiamente; es decir, sin una segunda intención.
Claves para no sentirte abrumado...
Deja de sentirte víctima. Si fuiste tú quien acepto el rol, la responsabilidad o el compromiso que te hace sentir agobiado, deja de quejarte y usa toda tu energía para afrontarlo, hacerte cargo, cumplir con él o resolverlo más fácil y rápidamente. Disfruta el proceso.
Aprende a decir que no. La próxima vez que alguien te pida algo y no dispongas del tiempo, la información, la energía o las ganas para hacerlo, atrévete a decir no, con firmeza y con mucha gentileza. No te sientas culpable y no te dejes manipular. Recuerda que permitir que otros participen o se hagan cargo es una forma de mantener una buena relación.
Comienza a delegar. Ten presente que si sabemos reconocer y potenciar las cualidades, la buena voluntad y los talentos de los demás, podremos trabajar en equipo, aportando lo mejor de cada uno de nosotros. Aceptar y respetar las diferencias personales, hará más fácil la tarea.
por MAYTTE