El estrés es la respuesta automática que el organismo utiliza para defenderse ante cualquier elemento que considere una amenaza a su equilibrio o un peligro para la supervivencia. Como respuesta orgánica, este mecanismo nos permitió sobrevivir como especie, ayudándonos a huir o defendernos de los ataques de fieras o depredadores cuando éramos seres primitivos, por lo tanto, el estrés tiene una función muy útil para el ser humano.
Cuando se percibe una amenaza, el cerebro nos alerta enviando señales para la secreción de hormonas como la adrenalina y el cortisol que inmediatamente generan aumento de la activación fisiológica, psicológica y motora. Estas hormonas aceleran los latidos del corazón, enfocan la atención mental en el estímulo que se considera amenazante, aceleran la respiración, incrementan la capacidad de la musculatura gruesa, disminuyen la actividad intestinal e incrementan la secreción de ácidos estomacales, entre otras acciones. Si el estímulo amenazante se resuelve, el estrés completa su misión y el cuerpo se recupera y regresa a su equilibrio natural.
Sin embargo, suele suceder que los estímulos amenazantes se encuentran en nuestro pensamiento, como preocupaciones constantes o frecuentes o muy intensas, por ejemplo: el temor a perder el empleo, las dificultades económicas, las discusiones con la pareja o los hijos, la dificultad para adaptarnos a situaciones o problemas, que un ser querido sufra una enfermedad importante, exposición a un ambiente social hostil o a un jefe estricto y severo.
Pero también puede afectarnos de manera importante la exposición a ruidos fuertes, el tráfico pesado… estas situaciones mantienen en alerta y amenaza al organismo y por consiguiente, provocan la secreción de adrenalina y cortisol, que activas durante tiempos prolongados ocasionan problemas como: ansiedad, dolores de cabeza, jaquecas, insomnio, taquicardias, sensación de ahogo, malestar estomacal, acidez, diarreas, cólicos, sensación de cansancio, mareos, erupciones en la piel, sensación de nudo en la garganta, sequedad en la boca, etc.
Con el tiempo, se pueden generar otros trastornos más severos como ataques de pánico, depresión, insomnio crónico, hipertensión, úlceras, obesidad, diabetes, debilidad del sistema inmunológico, disfunción eréctil, pérdida del deseo sexual, dificultad de concentración y pérdida de la atención entre otros. Este estrés negativo, donde el cuerpo se mantiene en tensión y no consigue reestablecer su equilibrio, es lo que se conoce como distrés.
En los niños el distrés se puede manifestar con llanto, sudor en las manos, explosiones de ira, conductas de mecerse o acunarse a sí mismos, huir de la situación conflictiva corriendo o aislándose, dolores de cabeza y de estómago, mascar y chupar objetos, morderse a sí mismos, comerse las uñas, ensuciarse encima después de haber superado la etapa del control de esfínteres, manifestando dificultades interés obsesivo en objetos, ansiedad anticipatoria, arrancarse el cabello, comer en exceso o apego excesivo hacia un adulto. para dormir o presentando pesadillas frecuentes. También pueden mostrar depresión,
Tanto en niños como en adultos, el estrés debe enfrentarse:
1. Resolviendo o eliminando la situación que lo genera.
2. Manejando el pensamiento que le da significado al estímulo amenazante.
3. Evaluando las diferentes opciones de solución y
4. A través de la aplicación la estrategia que se considere más adecuada para el enfrentamiento o la adaptación.
Los adultos pueden ayudar a los niños a comprender y usar estrategias eficaces de adaptación de acuerdo al nivel de desarrollo y a su entendimiento de la naturaleza del evento provocador de estrés. También pueden ayudarlo a reducir los niveles de estrés ante situaciones amenazantes como el nacimiento de un hermanito, el primer día de colegio, ir al dentista, el divorcio de los padres, entre otros, explicándoles de manera natural y sencilla lo que va a suceder, qué deben esperar y el beneficio que obtendrán.
Igualmente, deben indicarles las pautas de conducta que se estiman como más adaptadas y eficaces, por ejemplo: pedir ayuda, automotivarse con frases como “tú puedes”, o que aprendan a decir que “no” si algo no les gusta, entre otras.
El distrés puede convertirse en el enemigo más peligroso de nuestra salud, pues muchas veces pasa inadvertido y se tiende a pensar que las molestias físicas (síntomas) o disminución de las capacidades mentales, son pasajeras y puntuales y no se atribuyen al estímulo amenazante que genera malestar emocional o psicológico así que no se toman medidas de prevención o corrección de la causa estresante y el distrés sigue su curso hasta que ha logrado afectar significativamente la salud del que la padece.
Las técnicas de relajación y respiración profunda así como la práctica de algún ejercicio físico, son de vital importancia en el manejo del distrés y funcionan perfectamente para niños y adultos. En casos de estrés sostenido y desconocimiento de las técnicas que ayudan a disminuirlo o mantenerlo a raya, se recomienda asesoría con un especialista o psicólogo que en pocas sesiones de trabajo le entrenarán a controlar a este silencioso atacante. Esta recomendación es especialmente importante para pacientes con dificultades estomacales y/o intestinales, hipertensos, ansiosos y con ataques de pánico.
Por: Psic. Yajaira Jaume